El pasado Domingo de Ramos la policía alemana detuvo a Puigdemont en una gasolinera. El suceso fue la noticia de varios días. El personal antidepe furibundo atestó las redes con memes, chistes (y también rebuznos), en tanto que los Comandos de defensa de la República (CDR ) elevaron el diapasón de la ira, y los más fieles al detenido pusieron la olla antiespañola a tan alta temperatura que algunos pensaron que se podría estallar en violencias callejeras. En cualquier caso, el Gobierno de España y Ciudadanos (los socialistas estuvieron más discretos y prudentes), vendieron la detención del Señor de Girona como su triunfo, o el triunfo de la ley, o el apoyo de la gran Alemania a la demanda de Madrid ante el desafío separatista catalán.

Aunque los peros llegaron rápido. Resulta que un número muy importante de parlamentarios alemanes (y de otros países comunitarios) apoyan al fugado catalán; que la justicia británica mira con gran escrúpulo la petición realizada por el Tribunal Supremo español para que la ex consejera Ponsatí, huida en Escocia, sea devuelta a nuestro país; que Anna Gabriel huyó a Suiza y Marta Rovira después. Y otros varios más que se barruntan. ¡Europa llena de exiliados catalanes!: ¿qué está pasando? ¿qué nos estamos perdiendo?

La primera y principal es que no se informa lo suficiente sobre qué viene ocurriendo con estas personas en los diferentes países donde recalan. A lo máximo que alcanza el lector medio de periódicos y noticias en las redes es a saber que los apoyan partidos radicales de extrema derecha y xenófobos en general. Poca cosa entonces: escoria. Pero esos «apoyos insignificantes» llegan en gran número de ocasiones de formaciones políticas que han alcanzado el voto del 15, 20 y hasta el 30 por ciento de sus electorados; que gobiernan en varias regiones y presiden centenares de ayuntamientos.

La Europa comunitaria es un mosaico de centenares de regiones, muchas de las cuales no se encuentran a gusto bajo el corsé de sus Estados, y la revuelta catalana les viene como agua de mayo. Porque la huida de Puigdemont y un puñado destacado de los suyos no es poca cosa, y no porque vivan fuera de la ley debemos de pensar que su aventura está tasada en el tiempo. Los catalanes huidos, y nuestro país que los persigue, están armando más ruido del necesario en Europa. ¡Quién podría pensar que Pugi habría de llenar las portadas de la prensa alemana y ser el protagonista de acalorados debates en sus parlamentos! Pero está ocurriendo. La creciente preocupación de Europa por nuestro problema es un maná bien nutriente para el separatismo catalán, y mientras más se demoren los procesos políticos y judiciales dispuestos para que entreguen a España tanto huido, mayor beneficio para sus intereses.

Efectivamente, los independentistas se han pasado la leyes por ahí mismo y ciscado en las órdenes de las primeras instituciones del Estado, pero ese dato no es suficiente, al menos todavía, para que una mayoría abrumadora de europeos piense de los separatistas catalanes de forma parecida a los españoles que vivimos al sur de Tortosa. La locuras no están mal vistas en estos tiempos. Pensemos por un instante en el caso Trump: continúa ascendiendo en las encuestas.

* Periodista