De todos los géneros literarios, siempre he sentido predilección por la comedia. Por tal motivo, cada convocatoria electoral es causa de un indisimulado regocijo provocado por la lectura del programa del denominado partido animalista, formación política que, una vez más, ha fracasado en su intento por obtener representación parlamentaria, síntoma inequívoco del auge de la literatura de humor.

Como declaración de principios, y haciendo de la necesidad virtud, los candidatos de tan simpático partido han pretendido persuadir al votante apelando a dos características reconocidas como comunes a todos ellos: su autoproclamación como «personas íntegras», y una observancia estricta de la dieta vegetariana, si bien esta última acaso la hayan publicitado para desmontar con su ejemplo el mito de que la verdura no engorda. Junto a las manidas persecuciones a los toros y la caza, el infinito afán prohibicionista se extiende ahora, entre otras, a actividades tan heterogéneas como la pesca, las fallas de Valencia, comer entrecot de ternera, las piscifactorías, el foie gras, los acuarios o la publicidad del jamón. A fin de atenuar el tufillo totalitario de estas medidas, el ideólogo electoral nos ha regalado esta vez nuevas propuestas que han sido injustamente orilladas por el electorado. Así, y como lógica aspiración de quienes --en el mejor de los casos-- equiparan seres humanos y animales, habían ofrecido extender la Seguridad Social a los animales; los perros que han tenido «una educación condicionada a provocar su agresividad» (sic) serían socializados; y el lobo, «inocente víctima de una estigmatización administrativa y social», obtendría una justa rehabilitación. En su celo por captar nuevos prosélitos, anunciaban la consagración del veganismo como modelo para acabar con el hambre en el mundo, idea acogida con etílico entusiasmo en el asador burgalés donde se gestó. Sin embargo, tan loables metas se antojan menores ante la promesa estrella del programa electoral: la gratuidad de los preservativos para estudiantes; regalo recibido con lúbrico entusiasmo por el sátiro de Ricardito, empeñado ahora en no presentarse a su examen fin de carrera.

La dura competencia mantenida durante la campaña entre los distintos portavoces animalistas, alcanzó el cénit del ridículo cuando la candidata por Madrid posaba valerosa junto a un manso castrado que, por suerte para ella, no era el toro bravo que falazmente creía. A su vez, Silvia Barquero, presidenta del Partido Animalista, («al pasar la barca/ me dijo el barquero/¿Silvia mi hermana?/ antes me muero») preguntada sobre la utilización de animales en las investigaciones médicas respondió: «El eterno dilema: o tu madre o tu perro».

Las siempre erráticas encuestas auguraban un alto porcentaje de indecisos que, finalmente, pudieron decidir su voto una vez resuelto otro eterno dilema: el tonto, ¿nace o se hace?

* Abogado