Hace ya mucho tiempo que la vida se tiñe de cierto tono violeta en torno al 8 de marzo, Día de la Mujer; y no hay acto ni declaración pública que no se sume a la causa de la igualdad de géneros, aunque al día siguiente solo se acuerden de ella, o mejor dicho de su ausencia, quienes la sufren a diario en el trabajo y en casa. Pero este año no, esta vez se respira algo distinto en el ambiente. Si no se tuercen las cosas, el feminismo ha llegado para quedarse. Movimientos como el Me Too de Hollywood contra los abusos hacia las actrices, que ha abierto la espita de otras muchas confesiones en multitud de países y circunstancias, hasta ahora calladas por miedo o vergüenza; la persistente demanda de equiparación de salarios y oportunidades en el mundo laboral e incluso la adhesión explícita a estas reivindicaciones de hombres que hasta las fijan por escrito, como el profesor Octavio Salazar y su reciente libro El hombre que no deberíamos ser, apuntan hacia un horizonte más justo y con menos voces dormidas.

Pero sigue habiendo temas relacionados con la mujer que no se abordan; ni siquiera nosotras lo hacemos -contra la falsa creencia, naturalmente masculina, de que las mujeres entramos de dos en dos al baño para contárnoslo todo, por solo poner un ejemplo de sal gorda-. Nadie -salvo en algún estudio científico, no sociológico, cocinado fuera- se había atrevido hasta ahora a analizar seriamente la sexualidad en la mujer española, y mucho menos de cincuentonas para arriba. Hablar de sexo femenino, excluyendo las batallitas infladas que se cuentan entre ellos, era un tabú alimentado por la educación remilgada desde la escuela, el pudor de las madres a abrir los ojos a sus hijas y el peso de una sociedad hipócrita. Y si de menopáusicas se trata, mejor ni pensar en ello. Pero siempre hay quien se arriesga a saltarse las barreras, y en este caso lo ha hecho desde Córdoba la escritora y feminista Anna Freixas Farré con su libro Sin reglas. Erótica y libertad femenina en la madurez, un inteligente texto lleno de sensatez y optimismo que solo podía haber escrito una mujer madura, especializada en las muchas caras del envejecimiento femenino. La obra, que se presenta esta tarde en el Rectorado de la UCO, dará mucho que hablar, cumpliendo así uno de los principales objetivos de la autora: romper ese silencio «opresivo» que describe la periodista Soledad Gallego-Díaz en el prólogo.

Un silencio espeso que ayudan a paliar los testimonios de 729 mujeres de entre 50 y 83 años (hetero, bisexuales y lesbianas) a quienes Anna Freixas, exprofesora de Psicología Evolutiva de la Facultad de Ciencias de la Educación, preguntó a través de un amplio cuestionario anónimo que ha revelado la diversidad personal y emocional que configura la vida sexual de las mujeres. El resultado ofrece una experiencia múltiple y compleja que produce «mucha felicidad» a Freixas -ayudada por Bárbara Luque en la ordenación de datos-, pues demuestra ante todo que «el deseo de piel» nunca muere; si acaso, pierde fuerza sexual, y ocasiones de practicarla, para ganar en sentimiento. Esa invisibilidad erótica que envuelve a la mujer madura, convertida en transparente en cuanto se hace cincuentona por más cirugía y cremas que se aplique, depende mucho más de las normas sociales y la biografía sentimental de cada una que de una respuesta fisiológica. Anna Freixas no busca con su trabajo sentar cátedra sino romper mutismos, lo que llama «destapar la cazuela» y crear debate. Pero deja claro que la vejez, asumida sin complejos, hace a la mujer más libre.