Nosotros, los abuelos de la Transición, somos los responsables de esta ola de cinismo y estupidez que va creciendo en epidemia. Heredamos de nuestros padres la reconciliación ante el odio, y en vez de cuidar y disfrutar de esa herencia, para legarla a nuestros hijos definitivamente injertada en nuestra historia, nos dedicamos a tomar el poder para dilapidarla, porque nos dijimos mejores que nuestros padres y teníamos que hacer nuestra propia Transición hacia la violencia renovada. Convertimos la hierba sembrada para tapar definitivamente los campos del odio en un mazacote intransitable de confusión. Y nos inventamos motivos para la revancha. Y parimos esta generación de cínicos y estúpidos, que gracias a nuestras rancias manipulaciones nunca se han enterado de lo que llevó a España a la ruina histórica y moral. Nosotros, los padres ya abuelos, nos dedicamos entonces en las escuelas, institutos, universidades, películas, novelas, discursos, periódicos a pasarle nuestra revisión a la Guerra Civil y a la Dictadura; nosotros, que nos habíamos amamantado del desastre. Pero el caso era medrar. Y caímos en recrear una Guerra Civil y una Dictadura de buenos y malos. Los malos eran los otros, claro, y nosotros, los buenos siempre; y nos reinventamos un pasado con su rabia y su venganza. Esto sin contar con los que venían de ese pasado y se reciclaron cuando vieron que la Dictadura hacía aguas, y se las dieron de modernos riéndonos las gracias de nuestras borracheras, nuestras drogas y nuestros abortos. Y engendramos esta generación de cínicos violentos que no cumplen lo que hablan, y que en cuanto se les tuerce su poder, saltan con que hay que tomar la calle y hacer la revolución, y toda esta vaina trasnochada que ya va para cincuenta años, primero en el franquismo, luego en la transición y ahora en este caldo de manipulaciones, porque ellos sí tienen justificada siempre su violencia. ¡Qué bien lo hicimos! Y ahora a ver quién acaba con esta epidemia. Ya estamos viejos; solo conservamos esa imagen patética de revolucionarios de café de facultad, con nuestra barriga, nuestro belfo, nuestra alopecia y nuestra incontinencia urinaria. Pero conseguimos cumplir el objetivo: ya prospera nuestra violencia en nuestros hijos y nuestra nada en nuestros nietos.

* Escritor