Las palabras se gastan por su repetición. Dice el primer ministro Stefan Löfven que «Suecia ha sido atacada». Hombre, atacada ha sido la población civil de Jan Seijun, en Siria, con un último recuento de 83 muertos y más de 500 heridos, o perjudicados, porque el ataque químico nos impone también su propio lenguaje. Esto vivimos: se nos llena la boca al decir Estocolmo y vemos que el terror ha vuelto a conducir, a velocidad terminal, un camión robado entre la gente. Han muerto 3 personas y hay heridos. Un ataque, sí. Una desgracia que nos hace sentirnos al acecho de nosotros mismos, en un punto de mira permanente. Pero llenarnos el espíritu con afirmaciones grandilocuentes nos aleja de la plenitud del dolor y de la necesaria capacidad de respuesta. Sobre todo, porque hemos de saber, de tratar de entender, que los dos crímenes están conectados, que pertenecen a una misma realidad, a un mismo paisaje de pánico latente. Un camión se adentra por la calle peatonal Drottninggatan y arrasa a la gente antes de estrellarse contra la fachada de unos grandes almacenes, y el primer ministro sueco saca de su baúl retórico una alocución de Winston Churchill jaleando a su pueblo a resistir y morir, si es preciso, ante los nazis, antes de rendirse. Pues bien: esos nazis han vuelto, pero también están entre nosotros. No podemos vivir acobardados. No podemos dejar de sentarnos en una terraza a pedir un café. Y ni los aspavientos, ni las declaraciones encendidas, ni la grandilocuencia, vendrán para salvarnos, sino para aturdirnos en una red verbal. Así seguimos, borrachos de palabras y temor. El principal objetivo terrorista ya está conseguido: un todos contra todos -Siria-, que hace casi imposible un posicionamiento internacional. Sé que es difícil, pero frente a esa estrategia, tan lograda, de desconfianza colectiva, debemos separar el grano de la paja y buscar la acción global. Nos han metido el avispero en casa, y ya no es suficiente con los cañonazos.

* Escritor