El otro día, viendo el comentario negativo en un portal de internet que alguien le hacía al restaurante de un amigo mío, por curiosidad, rastreé al autor (que no se crea nadie que está blindado en internet) y… ¡Madre mía! Si ese elemento pijo, con la misma empatía que un mejillón, pagado de sí mismo y me sospecho que hasta pagado por otro, si no extorsionador de establecimientos, es el que marca pautas para aconsejar a clientes cordobeses... ¡Dios mío! ¡Que le den morcilla a los rankings de hostelería de algunas webs!

Y también hace poco un amigo filatélico me contaba que entró en un reputadísimo portal de internet de subastas para ver cómo cotizan algunos sellos raros que posee. Probó sacando a subasta un ejemplar descatalogado y, antes de dar al último botón de los formularios, una ráfaga de sentido común (el menos común de los sentidos) le llevó a preguntarme: «Pero, ¿estás seguro de que si el sello vale un montón, el propio portal no puede simular todo, desde compradores, cotizaciones y hasta la propia subasta, con todos los comentarios y parafernalia para quedarse con el objeto por la centésima parte de su valor?» Y no, no estaba seguro. No apretó la última tecla.

Porque es alucinante encontrarse cómo teorías conspiranoicas tienen una aceptación tan brutal en parte de la población (dicen que no se ha llegado a la Luna, las Pirámides de Egipto las hicieron los extraterrestres o que las vacunas no previenen enfermedades y solo son parte de una conspiración farmacéutica) y luego nos lanzamos a internet con una candidez propia del paleto que estrenó el timo de la estampita.

Si usted lleva la publicidad de una empresa, ¿está seguro que el influencer contratado no es fruto de una simulación y de likes programados, preparados y pagados? Y lo digo precisamente como apoyo a los youtubers que sí que se lo curran. Si visita un portal de parejas ¿el perfil que le aparece en la pantalla es el de la persona que más se ajusta a usted o es el que más cuota ha abonado? Y si le gusta echar una partidita y apostar... ¿realmente existen sus contrincantes en la mesa de juego? ¿Es tan imposible que haya un logaritmo que calcule sus hábitos de juego y apuesta, sus periodos de reflexión, tiempos, dudas y hasta la mínima característica de su perfil psicológico para extraerle el mejor porcentaje de ganancias calculado matemáticamente, dándoles el caramelito de un premio en el momento preciso en que un algoritmo lo determina para que se siga apostando? Ni mucho menos sería el algoritmo más difícil de crear.

Y eso que hay otro ejemplo contundente: ya un tercio de las noticias que corren por internet son falsas, y parece que a nadie le importa consumir información de mierda (hay que empezar a llamar a las cosas con su nombre, con todas sus letras: eme, i, e, erre, de y a) en lugar de noticias de calidad respaldadas por periodistas. Que no es igual un bulo que una noticia, a ver si nos enteramos.

Pero bueno. Lo mismo es que el paranoico soy yo y resulta que toda la Historia humana ha sido una engañifa e internet, en cambio, es el país chipiguay del unicornio donde todo lo que te cuentan es cierto.

El caso es que me acuerdo de aquella película que ya es parte de la cultura popular, Matrix (1999), que dejó cavilando a millones de espectadores preguntándose hasta qué punto es real la realidad o ya estamos enchufados a un programa que simula la vida. Pues bien: estamos ya en Matrix, solo que no lo ha generado una máquina, sino nosotros mismos con nuestra candidez al fiarnos devotamente de todo lo virtual. Que ya hay algoritmos para todo. Y seguro que el de la estupidez humana no es el más difícil de formular.