Recuerdo una tarde de otoño de hace un lustro, cuando fui a realizar una espera para intentar observar al lince en los olivares del área de reintroducción del Guadalmellato. Atardecía en lo alto de un cerro desde donde tenía una amplia visión de olivares entremezclados con manchas de monte mediterráneo. Quedé estremecido por el hondo silencio que me acompañó todo el atardecer, eran olivares sin vida. De pronto recordé situaciones similares vividas durante mi juventud donde el canto de las aves y su movimientos eran la normalidad del paisaje.

En los últimos 35 años se ha avanzado mucho en materia de conservación, hay una extensa red de espacios naturales protegidos, 30% de la superficie de Andalucía. De igual manera se ha avanzado en los programas de conservación y muchas especies han mejorado con carácter general su situación de partida, pero se le dio la espalda a los sistemas agrícolas, y éstos se tornaron cada vez más agresivos con la utilización de herbicidas muy efectivos que impedían el desarrollo de la mayoría de las plantas. El objetivo era tener un solar solo con la planta cultivada. A su vez se asistía a la aparición de nuevos insecticidas sistémicos que eran absorbidos por la planta y se distribuían por todas las partes de la misma, y desde allí ejercían su función.

La bomba de relojería estaba dispuesta y actuando sin darnos cuenta. Los insectos morían por el tóxico o la falta de alimento, su comunidad se iba empobreciendo. Comenzaron a notarse claramente los primeros efectos hace más de 15 años cuando el conejo superaba la nueva enfermedad y alcanzó densidades más o menos normales. No encontró comida y se volcaron en las plantas cultivadas. Ya en aquel tiempo algunos cazadores advertían que en el campo cultivado no quedaba ni un «hormigo».

Estudios indican que los insectos están desapareciendo de la faz de la Tierra a una velocidad de vértigo. El 41% de las especies están en declive y una tercera parte, en peligro de extinción por el efecto combinado de la acción humana y el cambio climático. Al ritmo actual (con una caída anual del 2,5% de la biomasa), los animales invertebrados más diversos del planeta podrían extinguirse en apenas un siglo.

Otros estudios señalan que en Alemania se ha producido una pérdida del 76% de la biomasa de insectos voladores, mientras que en Reino Unido se perdió el 58% de las especies de mariposas en suelo agrícola en la primera década del siglo. A esto se le ha llamado el «efecto parabrisas» por la disminución de los insectos que impactan en los parabrisas de los coches. Haced un poco de memoria sobre esto.

Muchas aves durante la cría alimentan a sus pollos con insectos aunque sean consideradas granívoras. La ecuación es muy fácil, menos comida, menos pollos y por tanto las poblaciones comienzan a disminuir sin observar ningún efecto directo de muerte. La SEO ha constatado que el 37% de las aves que se reproducen en España muestran reducciones de su población. En total, del conjunto de aves analizadas que se hallan en situación de declive, acumulan la pérdida de 64.511.917 ejemplares entre 1996 y 2016. En algunas especies los datos son alarmantes como el sisón común (-71,73%), la codorniz común (-61,63%), el alcaudón real (-56,65%) y el escribano cerrillo (-50,46%). Otras presentan un declive entre el 30-40%, como el cernícalo vulgar, el pito real, la perdiz roja, la golondrina común, los vencejos y los gorriones. Recientemente se ha publicado un estudio en el que se concluye que sobre 529 especies en Norteamérica (EEUU y Canadá) se han perdido 3.000 millones de pájaros con un descenso generalizado del 60%.

Un grupo de investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales ha constatado que las aves de los campos de cultivo también se extinguen en las zonas protegidas que integran la Red Natura 2000, su protección no es garantía suficiente.

Para remediar la situación hay que trabajar con las causas principales, la agricultura intensiva y el uso masivo de pesticidas y fertilizantes artificiales de todo tipo, y el cambio climático. Con respecto a la primera, hay que desarrollar aún más las prácticas del control integrado de plagas, utilizar medios naturales como son los insectos predadores, las avispas parásitas, e incluso el control biológico cuando sea necesario. Hay muchas maneras de controlar las plagas de insectos, y los insecticidas deberían ser la última arma a utilizar, no la primera. El uso de semillas recubiertas con insecticidas sistémicos debería ser prohibido.

Existe una herramienta muy poderosa con la que podemos revertir esta situación en un plazo relativamente corto, y se llama Política Agraria Comunitaria. Tanto que se defiende el mundo rural hoy día, casi nadie reclama que el campo sin vida no es campo. Es la hora de abandonar un modelo desequilibrado y cambiar de rumbo hacia uno más sostenible. La PAC ha fallado en el objetivo de conservar la biodiversidad.

* Biólogo