Creo que parte del griterío existente en la actualidad se debe a que está cambiando nuestra forma de comunicarnos por la influencia de las redes sociales, que tendrán muchísimas virtudes, pero con unos efectos secundarios también demoledores. Y eso vale para describir tanto el guirigay que hay en la política (banderas de aquí para allá, palabras gruesas, cabreo general...) como en lo más personal, con grupos de facebook, twitter o whatsapp en los que con el menor malentendido ya la tenemos liada.

Pero para mí, el efecto más pernicioso y que en parte explica todo este batiburrillo de voces es que nos estamos cargando el silencio.

Verán, y en primer lugar: ¿se acuerdan cuando antes de pasar horas con las redes sociales se compartía mucho más tiempo con los amigos disfrutando de su compañía? Si usted me dice que sigue haciéndolo, felicidades, pero lo normal es que esas pequeñas tertulias en bares, esas reuniones, los peroles dominicales o la cháchara cuando nos encontrábamos en la calle ahora duren menos porque dedicamos más tiempo (que es vida) a teclear. Y encima, la mayoría de las veces los encuentros en persona se ven trastocados por llamadas y avisos que serán encantadores, pero que corresponden a gente que no está ahí, contigo, físicamente.

Y en segundo término, en aquellas reuniones sin redes sociales del pasado recuerdo que uno podía recostarse discretamente en el respaldo y abstraerse unos segundos, unos minutos, sin que se viera descortés, con la confianza de que los amigos entenderían ese momento de desconexión. En aquellos lejanos tiempos se disfrutaba de la charla... pero también de su silencio. Leí hace tiempo que los andaluces en eso somos herederos de la cultura árabe, en donde familias y amigos tienden a reunirse en una sola habitación de la casa (aunque se trate de un palacio de cientos de estancias) en encuentros en donde, sin embargo, no se ve extraño que uno se evada de la charla o incluso que todos a la vez queden en silencio con sus pensamientos.

Pero ahora eso es imposible con la influencia de las redes sociales porque, precisamente, estos foros viven de comunicar. Y si no comunicas, si no hablas y opinas de todo, sobre todo y para todos no es que estés en silencio... es que no existes. «El medio es el mensaje», dijo McLuhan. Pues bien: ahora el mensaje es la existencia. De ahí solo hay un paso para que muchos crean que si no berreas por internet, no eres nadie.

Hay que reclamar ese derecho a que se respete con naturalidad el poder guardar silencio. También en política, incluso renunciando a coger el móvil cuando uno está en reunión ya sea hablando, escuchando o simplemente abstraído en sus cosas. Estamos perdiendo el silencio, que muchas veces pone las cosas en su sitio más que las palabras. Y hay que volver a disfrutar de esa libertad de quedar pensando en lo que a uno le dé la gana sin la obligación de pronunciarse sobre todo.