El president de la Generalitat no ha declarado la independencia. Mejor dicho: la ha declarado y la ha suspendido inmediatamente para ganar tiempo. Es decir, se ha situado en el mismo sitio que antes del 1 de octubre. Ha gastado de nuevo dinero público en campaña a favor del sí, ha jugado con la ilusión de miles de personas que creían que esta vez era la definitiva y ha tensionado hasta límites insospechados la situación política y social. Todo, para seguir donde estaba. Y lo ha hecho con un discurso plagado de falsedades. Carles Puigdemont insiste en que el pueblo catalán está unido. A juzgar por el número de personas que fueron a votar y por las manifestaciones a favor y en contra de su proyecto en los últimos días, es evidente que no. Puigdemont sostiene que el referéndum se celebró con «un censo fiable y operativo», cuando, entre otras cosas, varios medios demostraron que se podía votar dos veces. Y asegura que la decisión de grandes empresas de trasladar su domicilio social fuera de Cataluña no tiene efectos sobre la economía del territorio. ¿En serio? Entonces, ¿por qué negaron en campaña una posible salida de los bancos? ¿Por qué se empeñaron tanto en trasladar a los ciudadanos tranquilidad ante los rumores? Si no hay problema para la economía, ¿por qué perder el tiempo con eso? ¿Para qué se celebró entonces in extremis una reunión entre Junqueras y los presidentes del Banco Sabadell y de La Caixa? Sencillamente, porque no dicen la verdad. Porque la salida de empresas daña la imagen de Cataluña, resta credibilidad y fuerza al proyecto independentista, crea sensación de inseguridad y, por lo tanto, no beneficia a la economía. Por supuesto que no. Y Carles Puigdemont lo sabe.

Ahora, al dejar en suspenso la declaración de independencia, dice que espera dialogar con el Gobierno. Pero Mariano Rajoy ya dejó muy claro que eso no lo va a negociar, y como interlocutores han suspendido los dos. Otra vez vende humo a los que de buena fe creen que vivirían mejor ya en una república independiente. Ahora pueden pasar varias cosas: Puigdemont sigue calentando el ambiente para declarar finalmente la independencia, Puigdemont termina devorado por socios y votantes defraudados, el Gobierno actúa contra él por llegar demasiado lejos o Rajoy se sienta a esperar, que es lo que hace siempre, para que su rival político se cueza en su propia salsa. El presidente del Gobierno nunca ha resultado vencido con esta estrategia. Esta podría ser la primera vez. Sin embargo, Rajoy parte con ventaja: no ha traicionado a sus socios en esta crisis ni tiene que enfrentarse ahora a los que confiaron en una palabra que, desde ayer, vale menos que nada.

* Periodista