En España parece que la política nacional va muy deprisa, que ocurren muchas cosas y muy rápido, cuando, en realidad, no pasa nada. Leemos ávidamente las noticias, dramatizamos y hacemos polémicas de varios días sobre cuestiones nimias (y nada más nimio que una foto de la Casa Real), nos ponemos sesudos en las tertulias, hacemos análisis, y... Corremos a la siguiente noticia, a la siguiente polémica que no tiene la más mínima importancia, porque, en realidad, en la política española no pasa nada. Y no pasa nada porque nada hacen nuestros políticos.

La prueba de que no se hace nada la tenemos por doquier. En Cataluña sigue la fractura social que se ha venido cultivando en los últimos veinte años, sin que la aplicación del 155 haya variado ni un ápice la orientación política de una sociedad hacia el desastre de la «irreconcialización». Los independentistas han entrado en un debate jurídico contra uno de los sistemas judiciales más garantistas y lentos del mundo, mientras el Gobierno central aplica el 155 de una forma tan transitoria y light que parece que no se tenga gobierno. En la política catalana, en realidad, no ha cambiado nada, pues siguen los mismos relatos nacionalistas en TV3, las mismas orientaciones en la educación, los mismos atascos en las infraestructuras. Salvo que han perdido algunas sedes sociales de empresas, la admiración del resto de los españoles y la efervescencia «indepe-flower-power», en la política catalana, bajo su apariencia de actividad, no pasa nada.

Nada hace tampoco el Gobierno vasco. ETA dejó de existir hace años, así que el gobierno eterno del PNV solo se tiene que preocupar por mantener su privilegiado concierto. Como nada pasa por Galicia, por Asturias, las Castillas o Extremadura, La Rioja, Aragón, Valencia o Murcia, por lo que sus gobiernos tampoco tienen mucho que hacer más allá de las quejas recurrentes por el tema de la financiación. Por ser recurrentes, hasta el presidente García-Page de Castilla-La Mancha dice hoy lo mismo que decía Bono hace veinte años del trasvase Tajo-Segura. Y en Madrid pasan tan pocas cosas que sus políticos se entretienen en inventarse currículos o conspirar contra sus líderes.

Nada pasa en la política andaluza tampoco. Andalucía es, según el discurso oficial de la Junta (y lo he oído tres veces en los últimos días), una especie de paraíso de estabilidad, nueva palabra mágica, porque se han aprobado los presupuestos en tiempo y en forma (como si eso no fuera una obligación mínima exigible) y mejora la economía, como si fuéramos la única comunidad autónoma en la que esto ocurre. Nada parece que tenga que hacer la Junta con la tasa de paro diferencial, ni con el abandono escolar (más allá de maquillar la estadística) o con las listas de espera sanitaria. Como nada parece que tenga que hacer en esos barrios en los que se concentra el 10% de los andaluces que ya viven la marginación o están en riesgo de ella. Y como no hay nada que hacer, nada dice tampoco que se haga la leal oposición.

Y, desde luego, nada tiene que hacer el Gobierno central. Nada tiene España que decir en Europa, ni el nuevo mapa político latinoamericano (salvo en Argentina, que para eso es gallego el presidente) y, desde luego, nada que decir con respecto al resto del mundo. Como nada hay que hacer para mejorar el mercado laboral, ni hacer ningún cambio en la política fiscal o de gasto (ya se ha hecho bastante presentando los presupuestos «más sociales de la historia»). Y, como es lógico, ya que nada pasa en España, nada hay que hacer con los problemas de articulación territorial. Y, en reciprocidad con la situación en Andalucía, tampoco la leal oposición tiene nada que decir que se haga.

Leyendo las noticias parece que en la política española pasan muchas cosas, cuando, en realidad, no pasa nada. Quizás porque no hay nada que arreglar... Hasta las próximas elecciones.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola