Por ese puntillo políticamente incorrecto y heterodoxo que sobrellevo con paciencia suelo mirar con simpatía cierto tipo de ocurrencias artísticas que enseguida provocan que los ortodoxos se indignen y se pongan a considerar si sí o si no. El que ya provoquen algo, sobre todo a los ortodoxos, ya es bueno. Me pareció algo imaginativo, fresco, húmedo para el alma y el cuerpo, aquel Hombre Río que un día apareció en el Guadalquivir y que sufrió las vicisitudes de comentarios y riadas. También con nocturnidad y poca alevosía fueron colocadas hace poco una serie de caras de arcilla por la Puerta de Almodóvar que en mi opinión aportaban miradas inexplicables desde el espíritu de la Historia a esta ciudad heterogénea. Hubo igualmente invenciones de nombres de calles. Qué diferentes todas estas ocurrencias cordobesas del típico cutrerío urbano de la pintada furtiva e ilegible (¡ay, Cane!) sobre las que se actúa tarde, mal o nunca. Y es que, como diría Serrat, entre los grafiteros y yo hay algo personal, sin negarle a alguna modalidad concreta de esta actividad el merecimiento de ser considerado arte urbano, que suele ir de la mano de una reflexión y cierta planificación de la obra, y nunca del trazo espontáneo y garabatesco. Confieso que para las autoridades que rigen algo tan complicado como el patrimonio debe ser difícil separar el grano de la paja a la hora de permitir o no algunas de estas efusiones artísticas de espíritus rebeldes, pero quizás deberían establecerse -de cara al futuro- qué y cómo pueden evaluarse y permitirse algunas de manera controlada, escueta, localizada. Por ejemplo, las caras de barro en la Puerta son de una originalidad indudable y portadoras de un mensaje histórico brutal, pero reconozco que en estos asuntos la permisividad puede llevar a la proliferación, y es ahí donde la inteligencia de los guardadores del patrimonio debieran buscar soluciones que sin capar la iniciativa artística sepan resguardar lo que haya que proteger. Es un reto, claro. De todas formas, si se permiten puentes feos y actuaciones dudosas pero subvencionadas, el arte callejero debiera tener su oportunidad. Sensata, sí.

* Escritor

@ADiazVillasenor