La Esperanza tiene nombres, tiene nombre y apellidos. Solo te voy a proponer cuatro pero seguro que tú tienes otros cuatro, y tu vecino otros cuatro, y tu primo cuatro más, y tu cuñao , ése que tú ya sabes, otros cuatro o incluso más porque tu cuñao siempre tiene al menos uno más. Tengo cuatro nombres que proponerte que cuando los nombro me huelen y me saben a esperanza, a futuro, a presente que promete. Se llaman Natalia Gascón, Luisa Morán, Guillermo Díaz y Carlos Valverde. Yo también tengo más nombres pero, de momento, me quedo con estos cuatro. Hace ya algún tiempo que estos universitarios decidieron tomar parte de las riendas de su vida, convertirse en protagonistas, en agentes activos y no sujetos pasivos que solo se dedican "a verlas venir". Y lo hicieron tomándole el pulso a la palabra, a la complicada palabra, a la que hoy concedemos tan poco valor porque es muy probable que estemos atravesando el mayor desierto lingüístico que ha vivido Occidente: la palabra ha dejado de ser vehículo de la verdad, sobre todo en los foros donde más debiera serlo, el político y el educativo, donde lo que produce muchas veces es verdadero hastío. Platón ya se dio cuenta de esto, pero alea jacta fuit y lo único que fuimos capaces de hacer en todos estos siglos fue negar la realidad ya que la palabra dejó de ser ese fundamento esencial que, primero Platón y luego Aristóteles, la acercaba a la esencia de aquello que llamamos Real. Hasta tal punto hemos negado la Realidad que la hemos sustituido por otra sin darnos cuenta de que hemos caído en una enorme trampa. La palabra ha vuelto pero ahora nos acerca irremediablemente a la mentira, a la falsedad. Natalia, Luisa, Guillermo y Carlos quieren salir de la trampa, de este mundo de sombras, quieren que la palabra no sólo sea la cesta de Navidad de los sofistas sino que se acerque lo más posible a ser razón poética tal y como llegó a contemplarlo nuestra María Zambrano. Y para ello decidieron hace ya algo más de dos años fundar, organizar y estructurar un club de debate dentro del ámbito universitario pero independiente de la estructura universitaria y que ha celebrado en estos días su torneo anual, el segundo. En esta ocasión, el asunto sobre el que tenían que debatir los numerosos participantes ha sido la controvertida cuestión de la nota media como primer dato que se debe tener en consideración para la concesión de una beca pública e independientemente de los resultados del torneo, me quedo sin duda con el ánimo de estos jóvenes, que son nuestro futuro, por construir con sus palabras espacios muy diferentes al gallinero en que hoy parece haberse convertido nuestro Congreso de los Diputados. Quizás mi propuesta de esperanza no tiene nada que ver con la tuya, seguramente más próxima a la praxis de la generosidad e incluso a la praxis de la justicia social. Pero no te olvides tampoco de que ahora me conformo con que ellos, los nombrados y tantos otros, sepan poner su palabra, sus palabras en diálogo porque así albergaré la esperanza de un futuro más alejado del "corral de la Pacheca" y más cercano al ámbito de la justicia distributiva que deberíamos haber alcanzado hace ya muchos años. Así que me quedo con ellos.

*Profesor de Filosofía