El 25 de abril fue una jornada de asombroso azar. En pocas horas pareció encauzarse la salida de un nuevo gobierno catalán después de meses de espera, peleas y mucho temor; también se dio por encarrilada la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE), tras el acuerdo del Gobierno con el PNV con la subida de las pensiones por medio, y cayó Cifuentes al fin, pasado un mes largo de mentiras y bochorno con un final de vergüenza.

El Gobierno de Rajoy veía cómo su «aviación nipona» abandonaba su Pearl Harbour particular de abril, le permitía hacer recuento de bajas y otros destrozos. El inesperado azar le ofrecía un relato alentador en cierta medida: se va Cifuentes, mantienen Madrid con el apoyo de Ciudadanos, dan al PNV el triunfo de las pensiones, que el PP hará suyo desde todas las tribunas, mientras en Cataluña baja el diapasón del ruido con el nuevo gobierno de la Generalitat. Y Rajoy se prometía a sí mismo un feliz y largo puente de mayo repleto de inmensos puros, tranquilos gin tónic con amigos y escasas llamadas oficiales.

Pero el jueves 26, de nuevo el azar, la sentencia de La Manada fue tal cornada que las mujeres (e infinidad de hombres) explotaron de indignación. En cuestión de horas --como en el París del 68 se formaban gruesas barricadas de adoquines, o en el Madrid de los 70 los estudiantes volvían locos a los policías con sus «saltos» imprevistos-- las mujeres y los hombres tomaron las calles de numerosas ciudades para expresar a gritos el «escándalo, estupor y escarnio», en palabras de la periodista Gloria Lomana en El País, que les producía el fallo judicial del tribunal navarro.

La equivocación de estos jueces es tan grave como enorme ha sido el rechazo. Nadie relevante los defiende en público, y hasta las portadas de los medios de comunicación internacionales más relevantes ha llegado el extravío de su desafuero. Más allá de que las normas penales a las que se acogen para construir el fallo hayan de ser modificadas, como hasta el Gobierno se ha apresurado en anunciar, lo cierto es que manifiesta una disonancia con la sensibilidad y valores del mundo actual que asusta. ¿En qué mundo viven estos jueces?

Por fortuna, nuestro sistema judicial lo va a modificar, pues la apelación a otras salas es posible. Y además los apaleamientos de mujeres ya no son impunes; no vale con encubrirlos y dejar que el tiempo los entierre con su hojarasca. Al igual que existe una huella digital que registra nuestros pasos por el mundo para siempre: «un puñado de megas», como escribió Pablo Pombo en Elconfidencial, «que puede destrozar la imagen pública de cualquiera» (léase Cristina Cifuentes), existen millones de mujeres en el mundo tan movilizadas que no cejarán hasta que «el error sea subsanado». El movimiento de la mujer no fue cosa del 8 de marzo de 2018, es un terremoto que se mantiene constante y solo acaba de desatarse. La mujer hoy se produce como pretendió el antiguo movimiento obrero: sus causas son las mismas en todo el mundo. Convendría que nos uniéramos a ellas pues hoy no existe un motivo más esperanzador en el mundo.

* Periodista