Mucho antes que Espartaco, fue el extraño amor de Martha Ivers para dar el perfil de una fragilidad ante la riqueza que no podía ser suya. Destacó junto a Barbara Stanwyck y un Van Heflin macho, una mezcla de Bogart y Glenn Ford, con aquella Martha Ivers tan rubia como un sol maternal al bajar la escalera de un único crimen. Solo fue el principio de una encarnación: la de un hombre que sabe su destino y comprende que actuar consiste, esencialmente, en esculpir la forja de uno mismo. Kirk Douglas era su mentón, su hoyuelo insobornable en el último tren de Gun Hill, cuando un hombre se enfrenta a su mejor amigo, que es el dueño de un pueblo, para detener a su hijo, porque violó y mató a su mujer. El tren espera en marcha, como la vida también esperó en marcha al hijo del trapero con su luz de domingo, con su furia despierta en los ojos locuaces. Kirk Douglas fue el primero: no sólo montó su propia productora, sino que fue marcando al tipo duro que se enfrenta al destino con las manos de hierro y esa expresión dura en las entrañas que es capaz de matar. Pero también podía adoptar un tormento más sofisticado interpretando al mejor Doc Holliday junto a su amigo Burt Lancaster/Wyatt Earp en O. K. Corral, en España Duelo de titanes. Desde luego lo fue: es la historia de amor fraterno en dos amigos que se miran de frente, cada uno en su abismo de vivir, sin pisarse jamás el terreno entre ellos, pero acudiendo al lado del otro si la muerte camina por el pueblo con cañones calientes. Ha muerto Kirk Douglas a los 103 años y ha sobrevivido a su recuerdo, se nos ha impuesto a él y ahora nos extraña que haya muerto, porque ya era inmortal. En la madrugada de su muerte, muchos hemos sido por un instante Espartaco, todos hemos impuesto el nombre del maldito Dalton Trumbo en los créditos de la película tras desafiar a la caza de brujas de McCarthy para sacarlo de la oscuridad. En un mundo que no lo merecía, ha muerto Kirk Douglas por senderos de gloria.

*Escritor