En Cataluña un destacado grupo de oriundos auténticos y de impetuosos y fogosos charnegos, que les urge obtener la carta de naturaleza rancia, han decidido, por su derecho a decidir, prohibir las corridas de toros. Consideran que hacer daño a esos animales es propio de seres inferiores, españoles, decadentes, escoria, vestigios de la baja farándula del yugo y las flechas, de sentimientos innobles y cultura analfabeta. Indigno de la dignidad de los seres superiores, los rufianes selectos no pueden consentir dentro de sus fronteras que un animal bravo cuyo sublime destino, alimentar con su carne al ser humano, escape del sórdido callejón para descerrajarle en la cabeza un tiro sin hacer espectáculo, ni infligirle dolor, ni que el asesino se manche las manos de sangre. Chuletón de rica mesa, cerveza, rabo estofado con buen reserva, su pedestal de animal mitológico y telúrica fortaleza, queda decretado en el sórdido espacio insonorizado para no oír ni el bufido ni el gatillazo. A los catalanes prohumanos les repugna que en su mesa se sirva la carne del animal que mató, eran las cinco de la tarde, a su enemigo natural: Ignacio Sánchez Mejías. Tampoco pueden consentir que a ese ser irracional y de potencial criminal se le ofrezca la posibilidad del indulto, confinándolos, a pastar y copular, en el edén de la dehesa como única condena. Y mucho menos que al que rehúye del fragor de la pelea, se le premie devolviéndolo al corral. Son los únicos animales, de carne para consumo humano, que gozan de esos privilegios si se les lleva a una plaza a morir o matar a lucir bravura y figura y de por vida disfrutar. Suprimiendo las corridas, al toro bravo no se le da más gloria ni oportunidades que las que tiene un marrano; y a los censores no se les premia con ningún altar de relojes blandos.

Cuando se utiliza el subterfugio para marcar diferencia, el esperpento, o sea, la marcha atrás del desarrollo mental, lo accesorio convertido en sustancial es la mueca, y se llevó el argumento de Artur Mas: España es una unidad de destino en lo universal. Suprimir las corridas de toros como signo de identidad animalista no obliga a llevar minifalda ni tener que ir a misa; los caprichos de los honorables tienen indulgencia.

Barcelona es de las ciudades españolas la que ofrece el más alto nivel de la gastrononía internacional , tan es así que, comer allí Tekkamaki (sushi de atún crudo), no se considera una moda sino una tradición. Y ya quisiera el atún tener el trato que al toro de lidia le dan en la plaza en vez del que a él le propinan en la almadraba. Franco ha muerto y ya no se pescan los atunes desde el Azor con anzuelo y caña: con un laberinto de redes los conducen a una cerca donde los atunes no pueden escapar. Pescadores fornidos se bajan del barco «al ruedo» y con arpones, garfios, afilados bicheros; los desangran hasta teñir de rosa el mar. Los izan al barco aún vivos donde en cubierta los siguen apuñalando hasta que exangües en medio de una espantosa agonía mueren. Es proverbial afirmar que los peces no sienten dolor físico y esto es un invento fruto de la ignorancia popular. Los pescados maltratados liberan una hormona, la endorfina, sustancia que el cerebro de los mamíferos libera, como respuesta al dolor; un analgésico natural. Si la agresión provoca la respuesta endógena de ella es ineludible que hubo dolor que la liberara.

Para justificar sus ansias el barcelonés cónsul de Washington Enrique Sardá Valls se mofa del dialecto andaluz ignorando que su catalán es, asímismo, un dialecto del latin y se escandaliza porque la presidenta de Andalucía en vez de protocolo diga «protoculo», insulto que no es de extrañar por ser un acomplejado, un cursi relamido que para alcanzar notoriedad vaga y vaga sin destino haciendo atronador ruido.

Desde que abandonó la masía, y cual holandés errante no encuentra ni hace camino, mas. sí, va dejando una estela pútrida que a los que pasan cerca fulmina, y todo esto lo monta el emprendedor del Mediterráneo por tal de convertirse en pájaro y no pasar desapercibido.

* Catedrático emérito de la UCO (Medicina)