Ya sé que desde los «reinos de Taifas» y los «cantones» de la Primera República hay muchas Españas y muchos Reinos. Azaña llegó a citar hasta diez (las de derechas e izquierdas, la católica y la anticlerical, la del norte y la del sur, la industrial y la agraria, la de «Joselito» y Belmonte)... Y están la España invertebrada de Ortega, la España de la resignación de Machado, la España triste de Baroja, la España trágica de Lorca, la España agónica de Unamuno, la España ignaciana de Pemán... Pero, a todas esas Españas hoy hay que sumar tres nuevas: la constitucionalista, la nacionalista-independentista y la más moderna y oculta: la subvencionada, esa España que vive sin trabajar (y no porque haya o no haya trabajo) y a costa de las subvenciones que recibe del Estado (o de las autonomías o de los ayuntamientos).

Pues, de esa España quiero hablar hoy. Eso sí, a sabiendas de que me meto en la boca del lobo y que antes, incluso, de que cante el gallo pasaré a engrosar la infinita lista de fascistas y fachas ya encerrados en los «cordones sanitarios»... Porque las subvenciones se defienden con uñas y dientes y son sagradas (y más las que reciben aquellos colectivos que el presidente Zapatero declaró vía Boletín Oficial del Estado de «utilidad pública» y que el presidente Rajoy no se atrevió a tocar... «porque son muchos votos»). Aunque, aclaro, como atenuante a mi condena, que yo no estoy en contra de ninguno de los colectivos ni de la labor que puedan estar realizando, ni siquiera de cómo ejercen sus actividades, ni ¡ojo al dato! de su ideología política. ¡Dios me libre! Pero sí estoy en contra, ¡absolutamente en contra!, de que esos colectivos vivan y existan gracias a la subvención que reciben del Estado (el Grande o los pequeños). ¿Por qué hemos de pagar los «españolitos» las actividades de estos colectivos que cito a continuación, como ejemplo?... La Cogan, que agrupa a lesbianas, gays, transexuales y bisexuales. Los colectivos feministas (son muchos para citarlos), la Asociación pro-Defensa de los Animales, la Asociación anti-taurina de España, los Amigos del carril-bus pro-ciclistas, la Organización Nacional contra el aborto, colectivos de defensa de la Ley de Memoria Histórica, federación de Amigos del Derecho a decidir, peñas Noches Blancas del Flamenco, sindicatos y patronal...

Y muchas más que no cito, como de momento no reproduzco cifras oficiales, porque no quiero, no es mi intención, provocar una Revolución... La revolución que podrían hacer, por ejemplo, los familiares de las miles listas de espera o los millones que se cabrean cada año cuando se enfrentan a la declaración de la renta, sumisos por impotencia.

Miren ustedes, insisto, yo no estoy contra ninguno de esos colectivos... Bueno, sí, sí estoy en contra, absolutamente en contra, de que los sindicatos y la patronal reciban subvenciones... ¿Por qué no viven de las cuotas de sus afiliados? Y lo mismo digo de los partidos políticos: ¿por qué tienen que «cobrar» por cada diputado obtenido o incluso por el número de votos? ¡Que vivan de las cuotas de sus afiliados! Y por ello estoy en contra de las manifestaciones feministas o de las fiestas del «orgullo gay» o de las algaradas de los «animalistas» o de los escraches ante las plazas de toros.

Juro, o mejor, prometo, que esta es la razón de ser de mi pesimismo de cara al futuro, pues dentro de algunos años, muy pocos a este paso, solo podrán subsistir los que vivan en la «España Subvencionada»... Y como yo no soy subvencionado ¡adiós! Por cierto, que en mi Córdoba natal, donde vivo y muero en la última curva del camino, no eres nadie si no tienes alguna subvención, aunque sea pequeñita, y aceptas el yugo de la «mayoría». Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

* Periodista y miembro de la Real Academia de Córdoba