Una vez más se pone de manifiesto que el origen de todo el problema se encuentra en el inadecuado sistema electoral. Como tantas otras cosas, la buena voluntad que navegó la Transición ha sido rebasada. La Ley D’Hont fue adoptada por dar representatividad en el Congreso de los Diputados a un gran número del centenar largo de partidos políticos que se constituyeron entonces. Pero con el paso del tiempo se ha demostrado que la voluntad mayoritaria que expresan los electores en las urnas, hoy día se ve secuestrada por el chantaje de quienes se saben bisagra y el lubricante imprescindible que necesitan quienes ganan las elecciones si quieren gobernar. Una ley que no es proporcional en la relación entre votos emitidos y representación, que prima a quienes se presentan sólo en determinados distritos electorales contra los que lo hacen en todos y que perjudica a los grandes distritos en beneficio de los pequeños, ya no es útil en un momento en el que España se encuentra, según The Economist, entre las veintidós democracias más perfectas, por delante de Francia, EEUU, Italia o Portugal, entre otros países afines al nuestro. Si en la Transición todos las magistraturas de la nación parecían contemplar a España como un proyecto de futuro, un marco de convivencia para el progreso, la sensación que tenemos ahora es que los gestores de la política consideran a España un simple escenario de gladiadores, una arena donde sólo prima llevarse el aplauso de unos o de otros, un juguete en manos de logreros, ganapanes que no tienen otra cosa para vivir que la rencilla o el follón, unos cortoplacistas que sólo miran de cuatro en cuatro años. Por eso es por lo que pactarían con el diablo, después de haberlo negado más de tres veces y más de treinta, pues les va el sueldo en ello. Un sistema electoral equiparable a los de nuestro entorno garantizaría la estabilidad de la mayoría sin impedir que la minoría tuviera su necesario puesto en las cámaras, y permitiría al ganador pensar país y, en caso de necesidad de pactar, algo siempre saludable, nunca lo sería desde el chantaje. Serviría de nuevo para proyectar, no para inventar ni enredar.

*Escritor