Conviene rebobinar un poco para situar la crisis política de Venezuela en su justa dimensión. La muerte de Hugo Chávez propició unas elecciones presidenciales en el 2013 que dieron la victoria a su heredero político, Nicolás Maduro. Este las ganó por una diferencia solo del 1,5% de los votos, pero las ganó, y tuvo enfrente a una oposición completamente dividida. Por el contrario, las elecciones legislativas del 2015 fueron el gran éxito de la oposición, agrupada esta vez en torno a la Mesa de Unidad Democrática con el 65% de los votos. Aquel Parlamento --que desde enero de este año preside Juan Guaidó--, elegido de forma regular y democrática no fue considerado legítimo por el Gobierno de Maduro, quien en el 2017 creó la Asamblea Nacional Constituyente con poderes absolutos, sin que la oposición participase en unos comicios que consideraba irregulares y sin que numerosos países, como los del Grupo de Lima o de la Unión Europea, la reconocieran.

Venezuela contaba pues con dos Parlamentos enfrentados. El pasado año hubo elecciones presidenciales que ganó Maduro de forma fraudulenta según establecieron observadores internacionales. Aquel resultado no fue reconocido por numerosos países. Y así se ha llegado a la actual crisis, con dos parlamentos y dos presidentes, uno elegido con dolo, y el otro, autoproclamado apelando a la Constitución después de que Maduro no acudiera para someterse a una votación en la que se ratificara su nombramiento, como dispone la Constitución del país americano, votación que sabía perdida de antemano. Valga este repaso para comprender el carácter divisivo de la crisis venezolana, con brechas ideológicas (izquierda y derecha) y geopolíticas (varias democracias ocidentales por un lado y países autoritarios, que además son clientes o acreedores de Caracas, que dan apoyo a Maduro por el otro, como Cuba, Rusia, China y Turquía).

Al respaldo que Juan Guaidó recibió en el momento inicial por parte de Estados Unidos, al que se sumaron varios países latinoamericanos, se ha añadido ahora el reconocimiento como presidente interino por parte de un amplio grupo de países de la UE, empezando por España, después de que fracasara la petición hecha a Maduro para que convocara elecciones presidenciales. Precisamente, la capacidad divisiva de esta crisis ha impedido que la Unión apareciera compacta, destacando Italia entre los países remisos a reconocer a Guaidó. Pero ello no debe ser obstáculo para contribuir al desenlace de la crisis acompañando sólidamente en la transición hacia la democracia evitando asimismo cualquier intervención militar de EEUU que el presidente Donald Trump sigue sin descartar. La crisis venezolana tiene un alto poder de desestabilización en la zona. El objetivo debe ser la democracia en Venezuela y la estabilidad en la región.