Ahora resulta que el nuevo ogro se llama 155, ese artículo de la Constitución nunca utilizado pero que los independentistas catalanes y su ruidosa cohorte de palmeros han resuelto definir como el mal absoluto, aquello que llevará el conflicto catalán al clímax del enfrentamiento y al cisma definitivo con España.

¿Y por qué? Porque han decidido marcar una raya infranqueable en el resultado (?) del referéndum ilegal del 1 de octubre. Un antes y un después histórico. El 30 de septiembre Cataluña era una nación oprimida por España que su pueblo liberó el día 1 de octubre de la manera más democrática conocida en la historia: votando. Así que es imprescindible discutir -incluso con ferocidad si fuera necesario- la nueva amenaza, esa que trae bajo mano el artículo 155 que no es otra que despojar a la república de Cataluña de su independencia ganada y proclamada el día 9 en el Parlament.

Puigdemont nunca dará a Madrid satisfacción alguna, ni admitirá lo que le pide el Gobierno: ni confirmara ni negará que ha declarado la independencia. Pero se reafirmará en que jamás se retractará de lo que ha proclamado. Intentará ir cosechando cada día hasta el 19 de octubre nuevas secuencias del hostigamiento a que le somete Madrid, y singularmente Rajoy, hasta que la colección de afrentas pueda competir en dimensión con las cargas policiales (históricas) del 1-O.

Esta tregua para el diablo de escasos días que da el Gobierno intentarán aprovecharla los dirigentes catalanes para dar un paso más allá: generar más dudas en Europa sobre Madrid y su Gobierno y atraer a más catalanes para la causa. Creen que la batalla política de la ilegalidad en que se encuentran la van ganando, que la mayoría (incluso Bruselas) apuesta por el diálogo y se olvida del golpe de Estado judicial dado. Así que los sumarios abierto por los jueces terminarán siendo solo los rescoldos de la represión del Estado, algo que habrá que ir finiquitando, la materia con la que hacer transacciones políticas.

Y piensan de esta manera porque se creen más fuertes que el Estado, su Gobierno y los partidos constitucionalistas; más determinados que las empresas que abandonan el viejo condado y, por supuesto, que la mayoría de catalanes que observan este proceso horrorizados. Las torpezas garrafales del Gobierno el 1-0 y la no gestión catastrófica del conflicto durante años les llevan a albergar grandes esperanzas de futuro. Porque el general Rajoy (mil veces derrotado en Cataluña) continúa al frente de la nación española, porque los socialistas llevan demasiados años sin dar dos pasos seguidos en la misma dirección y porque el esqueleto que exhibe España tras la gran crisis económica, la corrupción y el populismo rampante les ayuda.

Puigdemont, para pasmo de la inteligencia, se ha convertido en un personaje popular. Tan repudiado como admirado, muchos se solazan en la contemplación de sus alucinantes desplantes, su desprecio por nuestro ordenamiento jurídico y el bandolerismo político con el que se maneja.

Ahora la nueva escalada política de Rajoy será la más escarpada puesto que todo lo que realice, incluso siendo el más escrupuloso en el cumplimiento de la ley, parecerá nefasto políticamente. Pues Rajoy está ya catalogado como un político nefasto y los viejos rockeros de la democracia que piden desde hace semanas la utilización del 155, unos desfasados.

¿Salvarán a Pedro Sánchez de esta? De momento lo han colocado ya en el infierno, aunque aún no ha revelado en qué círculo lo han puesto a caminar. Así que queda un largo partido. Como se dijo hace tiempo del viejo equipo de fútbol de Pontevedra: hay que roerlo.

* Periodista