Siempre le pasaba lo mismo porque era más educado que el copón. Pero ya estaba harto. La cosa es que era un tío muy válido por muy callado, serio y a la vez agradable, es decir, imprescindible en una tertulia. Y claro, como era como era, se erigía en último recurso de los charlatanes. Cuando ello ocurría, lo pasaba fatal porque tenía que aguantar la tira a un colega al que a lo mejor solo estaba escuchando de refilón y cuando, además, esta persona no estaba dirigiéndose a él. Creo que lo que voy a contar nos ha pasado a todos. Pero es que, como si se tratara de una maldición, al protagonista de esta historia de tanto pasarle le estaba amargando la vida. Me refiero a esas situaciones en las que estamos en medio de una reunión y en un momento dado, una persona que estaba escuchando fielmente a otra, de repente, obvia descaradamente la conversación por cualquier motivo y entonces, el que está hablando se queda sin interlocutor e instantáneamente el muy cara dura desvía la mirada al primero que pilla y este nuevo oyente tiene que escuchar por vergüenza ajena cuando no tiene ni idea del hilo de la charla. Eso es una putada súper incómoda y como a nuestro protagonista le pasaba tanto, empezó a mosquearse sospechando que le tomaban de primo. Pues bien, el tema se lo comentó a uno que vendía Vodafone que le aconsejó que mandara a freír espárragos al que le hiciera eso... o que cobrara por ese servicio de escucha inmediata; aquella noche estaba en medio de dos que charlaban y debatían y que a él lo tenían como si no existiera. Y llegó el momento crucial: uno de los interlocutores pasó por un tubo del otro por una llamada de móvil y el otro, al verse coloquialmente tirado, sin cortarse un pelo desvió la conversación hacia él. Pero ya fue a por todas: «Mira tío, conmigo no estabas hablando así que no me calientes los sesos porque ese ya no te escucha. O me das tres euros y te escucho lo que quieras o me largo ahora mismo y te quedas con la palabra en la boca». El éxito fue total y se lo comentó al de Vodafone que realizó un precioso proyecto llamado «El Escuchitas de la Vida», oferta que anunció por todas partes como servicio barato y personalizado de disponer de una persona de carne y hueso capaz de escucharte si te quedas colgado en medio de una conversación. Han pasado seis años de esto y el «Escuchitas» ha ganado un pastón y se ha ido a vivir a un chalé en el campo. Lo que pasa que ya se ha dado de baja en el servicio porque dice que ahora que se ha hecho con dineros a la gente que la escuche su puñetera madre.

* Abogado