Caen las palabras como caen en otoño las hojas del verano. Murió la primavera. ¿Quién recuerda ya el esplendor de sus rosas, el azul de sus amaneceres? ¿Escribir? ¿Para qué? Jamás se llenará el infinito abismo del silencio. Los libros forman una desolación de almas que gritan sin nadie que las oiga. Páginas y páginas de un corazón en busca de cobijo. Anhelos, susurros, lágrimas, ilusiones, sueños. Y una pluma en una mano que no quiere morir. Otra palabra. Otro renglón. No; no es eso exactamente lo que quería decir. Necesitaba desahogar la sangre. Pero nada queda ya. Ahora se escribe con un dedo. Llegará un anochecer en que ya no se escribirá. Y amanecerá la soledad, polvo de bibliotecas donde sólo el sol leerá en los anaqueles. Arden los bosques, los códices, los libros incunables. El escritor es el bufón para entretener el tedio de querer ser como Dios. Un texto es el panfleto que encontramos en la pared oscura de un retrete, un ansia de volar con las alas cargadas de excrementos. Las palabras nacen muertas; se consumen en sí mismas. Sus significados ya solo son espejismos de desiertos sin oasis. No hay nadie al otro lado; solo la resonancia del vacío acosado por sí mismo. Y vuelve a llegar la noche. Las estrellas no saben escribir. La luna se agrupa hacia sí misma. Quiere un abrazo, pero está sola en el cielo. ¿Amanecer? ¿Para qué? El tiempo siempre muere. Caen las palabras, cansadas de sí mismas. Ya no hay nada en ellas; nadie les da vida. ¿Escribir? Herrumbre de fracaso. La boca sabe a orín. Los labios gesticulan sin sonido; sólo el aliento de un moribundo en su niebla. Monemas, fonemas, lexemas... La sintaxis es violada una y otra vez en cualquier esquina, al fondo de un autobús, en la penumbra de un bar donde no llegará la luz del día. Alguien clama su necesidad de palabras: «amor», «cobijo», «ternura», «Dios»... Pero se ahoga sin nadie que lo asista. Una garganta que ya no sirve para nada; solo aullidos de perro solitario. También el corazón se atrofia. ¡Para qué si nadie pasa por las venas! ¿Los ojos? ¿Para qué? Sentir es la tragedia de aves que emigran. Se van las golondrinas. El mar es la palpitación de un horizonte que jamás llegará al cielo. ¿Escribir? ¿Para qué si sólo queda ya silencio? Escribir para que no muera nunca la esperanza.

* Escritor