La semana pasada, una joven publicó una larga carta en las redes sociales para denunciar que el museo de Orsay le negó el acceso por llevar un vestido con un escote muy pronunciado. Constato que no hemos avanzado mucho desde que en mitad de los ochenta me obligaron a cubrirme los hombros para visitar la iglesia de un pequeño pueblo de Segovia, aunque no me esperaba un comportamiento tan paleto de un centro artístico público de la sofisticada capital de la república de Francia.

La lluvia de reproches que ha caído sobre la pinacoteca parisina le ha obligado a pedir perdón a la ciudadana que, como yo hace cuarenta años, transigió y se puso una chaqueta para lograr un acceso rápido al éxtasis cultural. La cosa es que los empleados de la puerta le miraron descaradamente las tetas a una visitante y consideraron que no eran aptas para recorrer la antigua estación de tren reconvertida en templo de la creatividad, pese a que en su magnífica colección de finales del siglo XIX y principios del XX incluye piezas como El origen del mundo de Gustave Courbet (el famoso primerísimo plano de una vagina) o Almuerzo sobre la hierba de Manet (con una de las comensales en pelota picada).

Avergonzar a las mujeres por su físico sigue siendo muy fácil, pero ya no sale gratis. El museo de Orsay se ha llevado un buen reproche público, con protesta de las Femen con sus torsos desnudos incluida y una campaña de fotos de escotes magníficos y minifaldas a la que se sumó hasta una ministra.

No están los museos en condiciones de maltratar de esa manera a su público, en un momento como este en que nos lo pensamos mucho antes de meternos en un espacio cerrado con desconocidos. Que te sitúes en una cola a dos metros del último, con tu mascarilla y las manos embadurnadas de gel desinfectante, y te veten el paso por la exuberancia de tu canalillo tiene tela, aunque los vigilantes de Orsay consideren que a tu vestido le falta. A algunos se les está dando tan bien asfixiar al prójimo con normas sanitarias, que lo mismo le están poniendo alguna de su cosecha, y un exceso de celo. En ocasiones no se enfoca la mirada a donde se debe.