Yo hoy le desearía a mi mejor amigo y hasta a mi peor enemigo que se olvidase de la política. Después de haber votado, por supuesto. Después de haber ido hasta el colegio electoral y haber corrido la cortinilla blanca para encontrarse con el prosaísmo de una repetición configurada en listas con nombres y apellidos que solo nos conducen a la melancolía, excepto a los profesionales del entusiasmo militante. Después de haber depositado su papeleta en el sobre, después de haberlo cerrado, después de haber guardado su cola pacientemente. Justo después de eso, de haber mostrado pudorosamente el DNI y de haber echado el voto dentro de la urna, a vivir. Que es domingo. Y a olvidarse de todo lo demás. Hay tantas cosas hermosas que pueden hacerse un domingo, hay tanta belleza insobornable en la contemplación de un domingo por delante, con sus horas abiertas a una luz infinita, que sólo con nombrarlas se hacen realidad. Por ejemplo, comenzar con el día antes de que el día empiece, sin haberte tomado ni siquiera el café, y salir a correr por el Vial, dejar que los pulmones se hinchen de aire frío y tu respiración se acompase con tu corporeidad, que puedas darle ritmo y pisada a la vida. Correr es como bailar, pero con otra música: con una melodía de recuerdos y gentes que te cruzas, a medida que van pasando los minutos desde el amanecer, con ese mismo rostro de esfuerzo y voluntad que ahora es tu rostro, que se va relajando hacia el final, porque todo se acaba por suerte alguna vez, hasta las precampañas, las campañas electorales, las jornadas de reflexión y de elecciones. Todo lo malo y lo bueno de la vida se acaba, y eso hace que podamos soportar lo primero y gozar lo segundo. También corriendo se aprende que, por mucho que aceleremos, al final no escapamos de lo que ha de venir: porque está ahí, a nuestro lado, no a lo lejos, soltándonos su aliento y su amenaza o su fascinación. No escapamos de nada y todo nos espera o nos supera, porque todo también nos convierte en pasado, que es lo que ya está ocurriendo con las elecciones de hoy.

Desayunar. No puede haber un placer mayor que desayunar. O sí lo hay: pero con el tiempo uno lo va desmitificando, lo va bajando del pedestal. Disfrutar de un paseo con la sierra a lo lejos; o, al contrario, con la ciudad a lo lejos y la sierra trampeando el espíritu de una desolación dominical que se va fragmentando en agujas de pino. Dar un abrazo, recibirlo. Pero que sea un abrazo cierto, no de esos pavos reales que te hacen la pascua y después, al verte, se abren como molinos de viento antes de convertirse en gigantes caídos. Abrazos sólidos. Porque todo el mundo levanta más o menos los brazos, aunque no todo el mundo abraza de verdad. O leer: a Pablo García Baena, que era dueño de lo que poseía hasta el último claroscuro de su escritura, que era una latitud oculta y transparente, purísima de luz, de una ciudad callada y susurrante con su gozo ancestral. O descubrir que en Córdoba tenemos a uno de los mejores traductores españoles de poesía inglesa en las últimas décadas, que ha hecho la machada de traducir para Visor la poesía completa de Emily Dickinson y todo T. S. Eliot, sí, miles de notas incluidas, la versión canónica. Tomos de gran poesía bajo el cielo flotante del domingo que respiramos hoy.

Tantas y tantas cosas podríamos hacer hoy para escapar del domingo. Para olvidar la paliza de todas estas semanas. Pero claro: hay gente que no sabe si hoy para votar va a tener que ir con un mazo invisible debajo del abrigo, si encontrará las urnas encima de la mesa, si le van a increpar, si le van a empujar, si le van a mentar a la familia solo porque saben o creen saber lo que van a votar. Tampoco estamos seguros de que toda esa gente tenga garantizado su derecho, porque los gobernantes de su región solamente gobiernan para aquellos que piensan como ellos. Así que bueno, a gozar este domingo, pero siempre después de haber votado y recordar que hay gente que no puede opinar con libertad sin que les escupan como a españolazos o como a botiflers. Como a Serrat, como a Marsé. Y hasta como a Rufián, porque el independentismo ya ha comenzado a devorar a sus hijos.

Es una obligación ética comprender que sin principio de legalidad no hay justicia, ni convivencia, ni paz. Y que estas elecciones van de eso, sin titubeos y sin equidistancias. Así que vamos a votar con la conciencia de que sin Estado, y sin Derecho, serían imposibles todas estas cosas gloriosas de la vida que nos hacen solares los domingos

* Escritor