Desde mi confinamiento, compartido con todos ustedes, observo con preocupación las traumáticas cifras de desempleo y cierre de negocios, con el drama personal y humano que eso supone en tantas familias, añadido al reguero de víctimas y afectados por la plaga que no cesa. Compruebo la inestabilidad y fragilidad política de nuestro país y la involución democrática que se está produciendo, ajena a la pandemia pero aprovechando la misma, que lleva a los ataques a la Corona y al Poder Judicial, a suspender la ley de transparencia, a la adjudicación directa de contratos con cuantías millonarias a empresas de dudosa solvencia profesional, cuando no de dudosa existencia, como en el caso de los hisopos, entre otros; o a las contrataciones a dedo de altos cargos cambiando los procedimientos legales. Por no hablar de múltiples reformas de todo tipo que se avanzan sin consenso social ni político aprovechando el estado de alarma. Poniendo tiritas ante la hemorragia, extendiendo moratorias, subsidios y ayudas, que solo prolongan la agonía, pero que no sirven de revulsivo sin ningún plan de reconstrucción sólido y cohesionado, que no existe como alternativa a estas alturas.

Ante esta situación, me pregunto cómo podemos volver a recuperar la confianza, no la de los mercados sino la suya y la mía. Cómo salvar a tantos millones de personas de esta situación, de dónde sacaremos las fuerzas para levantar a tantos caídos y desesperanzados. La confianza es algo cuya importancia subestimamos, la consideramos como algo deseable y no obligatoria. Valoramos más los conocimientos y recursos que esa habilidad que juzgamos blanda. Pero es la confianza la que nos hace superar la adversidad, no los recursos ni los conocimientos, ni la inteligencia artificial. La confianza es la chispa necesaria para emprender lo que sea, lo que diferencia el sentirse inspirado de comenzar a realizar algo concreto, lo que nos permite levantarnos cada mañana y continuar más allá de la incertidumbre. Es la confianza la que nos pone en movimiento y nos hace conquistar nuestros sueños más ambiciosos. Necesitamos espacios y líderes que fomenten nuestro músculo de la confianza para enfrentar tanta adversidad, pero sobre todo necesitamos ejemplos del día a día, personas de tu familia, tu vecino, de ti mismo. Para qué sirven las competencias académicas o los recursos técnicos o industriales si no se tiene la confianza de usarlos para salir y cambiar el mundo. La falta de confianza nos pesa desde la cima y nos arrastra a las profundidades, aplastándonos con la avalancha del imposible o del no puedo. Por eso necesitamos resetearnos y pasar de actuar por obediencia, a hacerlo por confianza. La confianza que tengamos, no en los políticos ni sus promesas, sino en nuestros talentos y capacidades, en nuestros vecinos y familiares, en esa sociedad solidaria que madruga y se afana, es la que nos sacará de esta situación. Sin esta, estamos paralizados. La confianza es nuestra decisión, y puede ser un arma revolucionaria en estos momentos de zozobra, que nos ayude a nadar hacia la orilla para no hundirnos, que nos auxilie no solo a sobrevivir, sino a que se cumplan nuestros sueños más brillantes. Mi padre, durante décadas tuvo un pequeño negocio de alimentación en un barrio humilde de nuestra ciudad, se llamaba La Confianza. No te resignes, no renuncies en la tormenta a ver de nuevo el sol. Pasa del lamento a la acción. Sé curioso, imaginativo, analiza las nuevas necesidades que surgen y busca cómo atenderlas, emplea tus talentos, asóciate con otros y encuentra las oportunidades que cada mañana te están esperando.

* Abogado y mediador