¿Habrá dejado de temblar nuestro satélite una vez concluidos los aquelarres, intrigas, líos, incoherencias, argucias y contradicciones de un circo político que cada vez tiene menos gracia, aquí y en otros lugares de Europa? Desde que se inventó lo de la «voluntad política» se puede prometer la Luna con la absoluta seguridad de, so pretexto de desconocer el estado de la cuestión, carecer de medios, no tener apoyos etc, etc..., poder llorar luego , sin mayor empacho, cualquier incumplimiento ante el electorado. La Nasa nos dice que tiembla porque todavía mantiene una cierta actividad sísmica que la contrae poco a poco. Pero otros piensan que quizá es que no sepa dónde esconderse.

En cualquier caso en breve nos recordarán que sí hubo un político que prometió la Luna... Y cumplió su promesa. Aunque no viviera para verlo. En una época convulsa John F. Kennedy lo hizo. Y dentro de cuatro semanas conmemoraremos los cincuenta años de aquel lunes, 21 de julio de 1969, en el que el hombre pisó por primera vez, a las 3,56 horas, suelo selenita. Prepárense para toda clase de rememoraciones. Sin duda no faltará entre ellas la transmisión que del acontecimiento hizo Jesús Hermida, un tanto atropellada entre el «¡Miren ,miren! ¡Ya, ya! ¡Ahí está!» y una retahíla de frases más o menos poético-trascendentales. La más recordada aquella del pie que tocaba la Luna como la mano de un niño la cara de su madre. Además de la de Armstrong, claro. Con el tiempo supimos que Nixon tenía otra preparada por si las cosas salían mal.

Con Hermida pude conversar, más de una vez, sobre éste y otros temas de sus tiempos de corresponsal en Estados Unidos ("Aquí, hoy, en Nueva York...", ¿recuerdan?). De entonces a hoy muchos periodistas y presentadores han buscado un leit motiv, un sello personal (frases, tirantes, pajaritas...), al mejor estilo USA, con el que singularizarse. Alguno llegó a obsesionarse con Ciudadano Kane. Es un síndrome que da mucho juego en los análisis sobre la personalidad. Al onubense lo que más le preocupaba aquella noche era que no se cortase la línea, entender lo que se decía y llegar al final.

Lo que nunca dejaba de citar eran los versos de Mc Leish aparecidos en el New York Times... Tenía hasta la página enmarcada. Rezaban más o menos así: «Desde el principio de los tiempos, antes del principio de los tiempos, antes de que los hombres supieran el sabor del tiempo por primera vez, ya pensábamos en ti (...) Y en el cuarto día, por la noche, bajamos como un rayo y pusimos el pie sobre tus playas...» (se alunizó en el Mar de la Tranquilidad). Fue el triunfo de la ilusión (palabra en vías de extinción política) de todo un país para remontar una carrera espacial que hasta entonces iba ganando la URSS de la mano de uno de los grandes de la ingeniería astronáutica, Serguei Pavlovich Korolev, a quien se ocultaba bajo el nombre del «diseñador jefe» y que hoy, aunque pocos lo identifiquen, yace con honor en la necrópolis de la muralla del Kremlin. Su biografía y la de su rival occidental, Werhner Von Braun, el padre de las V-1 y V-2 alemanas, son dos lecturas apasionantes.

¿Y dónde estaba usted la madrugada de ese lunes que, como Mo(o)nday, viene también de Luna? Casi seguro viendo la tele. Aunque no busque noticia de ello en su periódico habitual. Ese día no salió. En España el primer día de la semana solo lo hacían, por entonces, las Hojas del Lunes. La llegada había sido en domingo y la primera en recibir acuse de recibo la antena «Dino», instalada en Fresnedillas de la Oliva y luego trasladada a Robledo de Chavela donde en la actualidad se ubica el MDSCC (Complejo de Comunicaciones con el Espacio Profundo). Lo sucedido esos días sigue siendo todo un clásico en las visitas al centro.

Hace pocos días comía yo en Asturias con mis compañeros de Instituto y salió el tema. Ya se sabe que esas reuniones son fundamental y reiterativamente evocadoras. De lo actuado durante el café resumo que, salvo errores de memoria, Eddie Merckx acababa de ganarlo todo en el Tour, que Helga continuaba causando soponcios entre los espectadores de los cines locales, que todos queríamos evadirnos un poco de un curso (68-69) especialmente conflictivo y que a todos se nos había ocurrido más o menos lo mismo: Ir a bailar haciendo tiempo hasta la madrugada. Es bien sabido que contemplar el claro de luna, mon ami Pierrot, siempre tiene otra dimensión con una chica al lado. Esa jornada en la villa de Jovellanos había verbenas , actuaba un jovencísimo Julio Iglesias y también Los Mustang. Y en las discotecas no pasaba desapercibida una noche tan especial. Nada de adormecerse con Moon River o similares (que hubiera estado bien). Había que mantener despierto al personal. Así que, un, dos, tres... y... Tintarella di luna al canto para que la pista se quedara pequeña invitando a broncearse bajo esa luz cascabelera que en las noches plateadas sigue posándose como una gata sobre nuestros tejados.

* Periodista