Siempre creí que generaría una gran orfandad. Incluso tristeza, desolación, impotencia. Ser estadounidense y saber que Trump te representa. Contemplar tu presidente y sentirlo en las antípodas de tu pensamiento. No, aún peor, mucho peor, saberlo al otro lado de los valores que consideras imprescindibles. Con los pies hundidos en la xenofobia, eligiendo ciudadanos exactamente iguales a ti mismo y decidiendo que no, que definitivamente no, que hay un ellos y un nosotros. Y tú sin saber dónde quieres estar. En realidad, sí. Muy lejos de esa aberrante decisión. Ver a Trump y sentir vergüenza, pero también miedo. Porque sabes que las miradas están cambiando a tu alrededor. Y que cuando se perdona lo imperdonable para mantener una idea, el futuro nunca es bueno. Pero, al menos, piensas agarrándote a una esperanza, queda el consuelo de que Trump es un pobre tipo muy, muy rico. El trilero de los negocios, el zafio en la cultura. Al menos, su oscuridad moral surge de la ignorancia. Sería peor que fuera culto, porque entonces ese nacionalismo excluyente y su ultraderecha sin ambages serían producto de una ideología firme, de una decisión formada. Este lunes, Quim Torra será el nuevo presidente de Cataluña. Partidos de largo recorrido democrático lo investirán. Con la complicidad del partido de la izquierda radical. Desolador.

* Escritora