Estoy viendo Juego de Tronos. Aunque parezca sorprendente, no había visto nada de esta serie tan popular en todo el mundo; en realidad no suelo ver series porque además veo poco la televisión y lo poco que veo es muy de pasada; podría decirse que lo que hago es ejercitar mi dedo pulgar usando el mando para cambiar continuamente de canal. Es lo bueno de internet y la televisión a la carta: la vida se puede vivir ahora al ritmo que uno quiera, e incluso es posible rebobinar o vivir una secuencia en un bucle interminable.

Jamás imaginé que me ocurriría esto. Llevo una semana enganchado y ya he visto las tres primeras temporadas, unos treinta capítulos. Las melodías de Ramin Djawadi, el músico irano-alemán autor de la banda sonora, las tengo tatuadas en los oídos y en la garganta. La gente me lo nota porque es que además yo soy de esos que están tarareando todo el día. Se podría decir, al menos por el momento, que Djawadi es dueño de la banda sonora de mi vida. Y ya sabemos que la música tiene un efecto organizador, integrador, de la vida a nivel del cuerpo entero y de cada célula.

Con la televisión, los ordenadores, las videoconsolas e internet, todo ese complejo mundo en torno a las pantallas, se ha vuelto más sencillo refugiarse lejos de la vida real; tanto, que ya se considera algo tan peligroso como el alcohol o la heroína. La adicción a la pantalla, a los videojuegos, por ejemplo, presenta síntomas psicológicos similares a los que sufren los alcohólicos y drogadictos: 1) dificultad para conciliar el sueño por excesiva activación del cerebro o por síndrome de abstinencia, 2) irritabilidad y 3) sentimiento de ira.

El problema de la adicción a las pantallas es tan real que a primeros de año, la llamada Estrategia Nacional sobre Adicciones 2017-2024 recogía entre los campos de actuación las «adicciones sin sustancia o comportamentales», en particular las relacionadas con el uso de las nueva tecnologías. La propia Organización Mundial de la Salud acaba de reconocer la adicción a los videojuegos como enfermedad. Así aparecerá en el CIE-11, la nueva edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades que se va a publicar este mes, aunque a falta de su aprobación por la asamblea general en 2019, entrará en vigor el 1 de enero de 2022.

Escribo esto después de ver la primera temporada de la serie Westworld, cuya banda sonora es, curiosamente, también de Ramin Djawadi. En Westworld, la lucha no es entre aspirantes a dominar los siete reinos, sino entre humanos y un grupo de robots humanoides que recluidos en un parque temático se preguntan «qué es esto» y han despertado a una especie de conciencia humana.

Entre un capítulo y el siguiente, sigo releyendo y revisando trabajos de alumnos y escribiendo y corrigiendo este artículo científico que me lleva por el camino de la amargura hasta enviarlo a publicar antes de este verano. Levanto la mirada lejos de los papeles y me veo mirándome en la pantalla negra del televisor: hiperactividad cerebral, irritabilidad e ira; hiperactividad cerebral, irritabilidad e ira. Tengo esos síntomas. Y mi duda es qué los está produciendo. ¿Será mi adicción al móvil, a mi smart watch, a las series de televisión a la carta? ¿Será mi adicción al trabajo, a la vida?

En la filosofía zen hay un término específico para referirse a esos momentos de espontánea lucidez que surgen de una pregunta paradójica o de la observación de cualquier hecho natural con atención. Un koan te puede proporcionar un nivel de conciencia superior que te permitirá ver y entender. La vida, sea una novela, una película en el cine, una máquina tragaperras, un viedojuego, una serie de televisión, o eso que te pasa cuan-do sales de tu casa y te enfrentas a la realidad, puede atraparte en sus garras y forzarte a vivirla como un bucle. No es sencillo reconocerte en el espejo y tener la lucidez para de-tenerte, olvidar la irritabilidad y la ira y preguntarte tranquilamente qué es esto.

* Profesor de la UCO