Mi cuerpo está encerrado, pero mi alma vuela a las Ermitas. Es libre porque siempre quiere serlo. No podrán nunca con ella los oscuros abismos de estos poderosos miserables que nos engañan cada noche, porque mi alma ama, y ninguna muerte atrapará nunca al amor. Es el mensaje que cada Pascua de Resurrección nos deja Cristo desde su cruz. Su cruz no es el fracaso, es el permanente triunfo del amor sobre la muerte, porque el amor es libertad; y el agua de su costado, la entrega continua de su Espíritu a cada ser humano que opte por la verdad y por la vida. Mi alma llega a las Ermitas. Ha soñado su sendero en cada uno de los pétalos que nos da esta primavera; la hemos dejado sola, pero ella también es amor. Mi alma, en la puerta de las Ermitas. El sol sale a recibirme desde el arco de la entrada. ¡Cuánta libertad, las golondrinas! Canta el ruiseñor en la fuente de los Pobres y a los pies del Sagrado Corazón. Mi alma se diluye en la caricia del silencio. La soledad me reconoce; es la soledad con la que Dios me habla; no es el vacío oscuro con que me hiere la mentira. En las Ermitas mi alma está en su paz; ha regresado a la casa del Padre. Mi alma busca el camino de la ermita de san Juan. ¡Qué inmensidad de luz! Me envuelve, me limpia, me cobija, me pide que me quede, me muestra qué me ocurrirá cuando mi alma se vaya para siempre de mi cuerpo. En el paisaje está el salmo que la eleva a nuestro Padre: «Levanto mis ojos a los montes. ¿De dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra». No hay que dejarse poseer por el miedo. Somos libres, porque nacimos con la semilla de amor que Dios nos sembró. El abismo del miedo no es humano, porque es la tristeza, la oscuridad y la humillación. Lo humano es el amor, la paz y la alegría, porque nuestra alma fue construida con esos sentimientos. Éramos niños, inocencia; ocupamos el vientre de una mujer, comimos de su pecho y nos lanzamos a andar por esta vida. No podemos perder la dignidad de mirar a la esperanza. Siempre hay horizonte, más allá, más amor. No podemos negarnos el amor ni negárselo a los demás. Los muertos morirán; no deben asustarnos. Nosotros, los que elegimos habitar en las bienaventuranzas, somos libres, porque somos hijos de quien creó la eternidad.

* Escritor