Nuestros padres nos legaron un mundo de valores, en el que la existencia era compartir con los demás la vida, los sufrimientos y la muerte. Pero nosotros crecimos y renegamos de que fuimos hijos de ese mundo; nos avergonzamos de él hasta traicionarlo. ¡Qué grandes nos volvimos! ¡Qué nuevos! ¡Qué brillantes! Nuestros padres envejecieron y murieron con la confianza de que multiplicaríamos esos valores de la verdad y la dignidad, y los legaríamos a nuestros hijos para que a su vez ellos los cuidasen y multiplicasen. Pero dejamos de ser dignos y ahogamos aquel mundo en nuestras perfumadas manos, que llenamos de dinero, de prestigio y de poder. Nuestra egoísta fatuidad nos convenció de que esos tres engendros del diablo eran nuestra inmortalidad, y ya no necesitábamos a Dios ni la conciencia; es más: hasta nos convencimos de que Dios no existía ni nunca había existido en aquel mundo del que nacimos, ni por supuesto nunca existiría. Y nos creímos poderosos, porque nos dijimos que nuestro dinero pagaba nuestra seguridad. Derrochamos los bienes de la Naturaleza, y nos convertimos en déspotas sátrapas estúpidos. Sí, demasiados esdrújulos, porque cada vez hemos ido siendo más imbéciles. Convertimos todas las palabras en una gran montaña de mentiras; la conciencia, la política, el amor, y mientras el alma se nos hundía en esa corrupción, nos creímos cada vez más seguros, porque engordábamos como cerdos en nuestros coches, nuestras casas y nuestras más mentiras. Nosotros somos la epidemia. Nos dedicamos a crear un mundo solo nuestro, sin conciencia, con nuestra hipócrita ética en su inmensa oquedad de mausoleo. ¡Qué nos importa que mueran cada día miles de personas en otros continentes! Eso no afecta a la seguridad de nuestro poder, y si algo molesta, lo matamos y seguimos, porque tenemos dinero para pagar seguros y anestesias. Derrochamos mentiras en comidas, gimnasios, cirugías, fiestas y apariencias. ¡Somos el primer mundo! De pronto aparece un bichito que ni vemos. ¡Cuidado! Éste sí me llega. Pero ¿qué he aprendido entre tanta estupidez? Pues más estupidez: correr con mi poder y mi dinero a acapararlo todo; que todo pase y no pierda mi sueño; ¡que otros sufran, pero lejos! ¡Que la Naturaleza enferme en otros continentes! Yo cojo mi móvil y me salvo.

* Escritor