Al final de los amores y en la vida la verdad desagradable asoma. Es por esto que Jaime Gil de Biedma se ha impuesto a la mayoría de los poetas del 50 en la memoria colectiva: porque tiene no ya diez o doce poemas absolutamente memorables, sino algunos versos que son auténticas sentencias sobre la debilidad y la fiereza de vivir. Entre los más famosos: «Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde/ -como todos los jóvenes, yo vine/ a llevarme la vida por delante./ Dejar huella quería/ y marcharme entre aplausos/ -envejecer, morir, eran tan solo/ las dimensiones del teatro./ Pero ha pasado el tiempo/ y la verdad desagradable asoma:/ envejecer, morir,/ es el único argumento de la obra». Mucha miga en este maravilloso, visceral, emocionante y áspero poema No volveré a ser joven. Pero de todo ello, la máxima vital que nos aturde cada vez que estoy con amigos poetas y la vida nos obliga a sacudir la cabeza, llega cuando acabamos diciendo: «Es que, al final, la verdad desagradable asoma», porque es cierto. Y no sólo la última verdad, inapelable, a la que se refería Gil de Biedma en el poema, sino otras muchas verdades que también nos salpican las retinas dormidas, la fiebre de los ojos, el ahogo de la voz cuando ya no nos quedan suficientes palabras.

Algo así ha tenido que ser convivir con el terrorismo de ETA durante los últimos cuarenta años, que se dice pronto, para las familias de los cientos de asesinados por el terrorismo vasco. Ese terrorismo que solo puede definirse así, desde su escalada de terror, y para el que no sirven eufemismos como aquellos con los que se sigue adornando Arnaldo Otegi cada vez que habla de violencia o de acciones armadas. Ese terrorismo que ha hecho sufrir a cientos de familias, a padres y madres, a hijos e hijas, hermanos y hermanas, a amigos, a toda una sociedad que ha tenido que levantar la cabeza entre cascotes y restos de piernas arrancadas, como a la pobre Irene Villa, o con el horror de auténticas masacres, como la de Hipercor o la casa-cuartel de Zaragoza. En fin, para qué seguir. Una gente siniestra que desprecia la vida, su cuadrilla de auténticos psicópatas, de héroes de cartón piedra, de caudillos del vacío, que son en realidad una manada de asesinos sin escrúpulos, con el odio total de una amoralidad que nos sigue asombrando.

«Lo siento de corazón si hemos generado más dolor a las víctimas del necesario». Ahí está todo, en esa frase lapidaria de Arnaldo Otegi en la tan traída y llevada entrevista en TVE, en el Canal 24 Horas. ¿Y cuál era el dolor necesario? ¿A qué familia se lo preguntamos? ¿Un padre, una madre? ¿Un brazo, una pierna? La entrevista ha merecido la pena solo por esta frase que define no solo al personaje, sino a todo su mundo. Por eso estoy a favor de la entrevista: porque en la televisión, la pública y la privada, no se entrevista solo a nombres que trabajan por el bien común, no se entrevista solo a gentes brillantes y honestas, sino que también deben tener cabida los hijos de puta, precisamente para recordarnos que lo son. Digo esto porque últimamente sí que hay gente que está tratando de blanquear a Otegi y no exactamente desde TVE, sino desde Podemos y el independentismo catalán. Ahí sí que se le está intentando hacer pasar por algo que no es ni ha sido nunca. Lo ha dicho Beatriz Talegón, que se hizo famosa como líder reivindicativa de las juventudes socialistas y luego ha pasado casi por todos los partidos, hasta acabar en el equipo, sí, de Puigdemont. Atención a su tuit: «Inmenso Arnaldo Otegi. Ojalá te veamos más y puedas explicarle a todo el mundo sobre todas las víctimas y sobre todos los verdugos. Que falta nos hace. Un abrazo fuerte y gracias por ser un hombre de paz y demócrata. A todos nos hace falta desmontar los falsos relatos». Ahí la tienes. Y en el equipo de Puigdemont, en Bruselas, luchando por la democracia. Dice Otegi que hay quienes quieren seguir viviendo del terrorismo. Claro que sí: tú, precisamente tú, que estás ahí por el terrorismo, que has ocupado cargos representando a los que asesinaban, que ahora representas a los que han decidido que es mejor para ellos dejar de hacerlo; pero no por convicciones que no tuvieron nunca, sino para seguir viviendo del negocio.

Así que viene bien la entrevista. Y quien no quiera, por supuesto, que no la vea. Yo sí la he visto, y me he encontrado con la ETA de siempre. Con la misma chulería, mediocridad verbal y basura moral, asomando con la desagradable verdad de siempre.

* Escritor