Julio Romero de Torres murió en su casa natal de Córdoba el 10 de mayo de 1930. Hoy, precisamente, se cumple el que hace setenta y tres de sus aniversarios. Un alud de condolencias reflejó el profundo sentimiento de dolor que conmovió a toda la ciudad. Los poetas de todas las tendencias se expresaron de forma inconfundible. Uno de ellos --entrañable amigo del artista-- Francisco Arévalo, escribió tres poemitas que posteriormente publicaría en su libro Córdoba, cárcel de amor .

Veánse: "Julio ha muerto. Cuando era madrugada/vino a llamarme un lucero: Córdoba está consternada,/que ha muerto Julio Romero./Y después de la alborada,/con el claror mañanero,/junto a la triste morada/el sol puso su flamero./Estaba el pintor-poeta/sobre su lecho tendido,/con gloriosa majestad./Y allí estaba su paleta,/tan grande como el herido/corazón de la ciudad".

La segunda de sus tres composiciones se refiere al entierro del insigne pintor cordobés: "El entierro. Pintor de ensueños de amores, de angustias y de placeres;/ya están aquí las mujeres/para cubrirte de flores./Ya están aquí los clamores/y los llantos de estos seres/nobles para los quereres,/tiernos para los dolores./Sobre el féretro, las rosas/en bellos haces van presas/y, en procesión singular,/suspiran las dolorosas/por las calles cordobesas,/viendo tu entierro pasar".

La muerte de Julio Romero de Torres fue considerada como lo que de verdad era: una pérdida irreparable. Consistió en algo tristísimo que todos llevaron en el corazón y que, aun teniendo la certeza de su muerte, era considerado como un acontecimiento increíble.

La ciudad de Córdoba, sabia conocedora de que aquel pintor fallecido había sido el más puntual intérprete de su alma, se unió tristemente, constituyendo una gigantesca manifestación piadosa, tan sincera y emotiva, que ni participantes ni historiadores recordaban un levantamiento semejante. Tal era de nutrido y amoroso.

Todos los estamentos sociales, todos los partidos políticos, todas las mujeres y los hombres de la ciudad de Córdoba, sin ningún tipo de distinción, se unieron para compartir sus dolorosos sentimientos ante aquella desaparición irreparable.

Cerraron los comercios, teatros, cafés, casinos, bares y tabernas. Los taxis fueron enlutados con crespones negros; las gentes, en grupos multitudinarios, acudieron a la hermosa mansión de la plaza del Potro, para dar testimonio de su congoja ante el cadáver: que había sido depositado en el salón del Museo Provincial de Bellas Artes, antigua capilla del Hospital de la Caridad, convertida en cámara mortuoria.

El alcalde de Córdoba --a la sazón Rafael Jiménez Ruiz-- en nombre de todos sus conciudadanos, visiblemente emocionado, puso un beso en la frente inaninada del artista difunto. El Ayuntamiento acordó sufragar los gastos de los funerales, asistir en Pleno al entierro y ceder terreno a perpertuidad en el cementerio de San Rafael para recoger los restos mortales del pintor. La Diputación asistió en Pleno, llevando las cintas del féretro, en nombre de la provincia. El ministro de Gracia y Justicia aportó en el sepelio la representación de S.M. el rey Alfonso XIII.Entre la multitud de asistentes se encontraban los afiliados a UGT, concentrados por la organización para que asistieran con sus trajes de trabajo, considerando que había muerto un acreditado trabajador.Se dió el caso único de que las banderas y emblemas de los diferentes partidos políticos y los atributos de la nobleza y el clero, se sumaron con sus portadores a la manifestación silenciosa y patética sin que se registrara ni el menor incidente. El renombrado padre Tortosa pronunció la oración fúnebre en la Catedral. Y el larguísimo cortejo, en el que también figuraban sus famosas modelos, llorando detrás del ataúd, fue alargado para que fuera cantada una plegaria en la plaza de Capuchinos: la "Reverie" de Schuman...

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Julio Romero de Torres