Queremos entender el comportamiento del coronavirus y para tal fin se emplean palabras y conceptos que están solo vagamente definidos.

La razón es la siguiente: existe una dualidad interactiva entre el lenguaje de la ciencia y el de la experiencia diaria y ordinaria de cada ciudadano. Por tanto, no se puede reducir la bilogia del virus a la química solamente (anticuerpos) o a la física (aerosoles) puesto que desde el principio de incertidumbre nos queda mucho por intentar conocer (vacuna eficaz y segura).

Este coronavirus ha puesto sobre la mesa la convivencia entre pareja de opuestos. Una de esas parejas es la del razonamiento frente a la voluntad, entre lo racional y lo irracional, entre el rigor intelectual y el misticismo negacionista. Deduciendo de su análisis lógico los epidemiólogos aseveran que mascarillas, distancia de dos metros, alejamiento de espacios cerrados en grupos de más de seis personas, necesidad de circular en espacios abiertos es fundamental para enfrentarse al virus.

Pero, deducido del análisis de la voluntad, cada persona intenta escapar de esa racionalidad debido a su naturaleza de ser libre y no causal y decide saltarse esa racionalidad.

Olvidan, epidemiólogos y políticos, que es imposible conocer exacta y simultáneamente la posición y velocidad de un bloque de coronavirus que ellos llaman carga viral.

Pero medir la carga viral no es un número en el sentido habitual sino una matriz que no cumple necesariamente la propiedad conmutativa y que el resultado depende de las mediciones que se están tomando, sean serológicas o mediante PCR cuantitativo.

Se están tomando decisiones deterministas (mascarillas, aislamiento por franjas horarias, etc) cuando el determinismo vírico no existe.

No es verdad que conocido el estado de un sistema vírico específico se puede determinar el estado del sistema en un tiempo posterior (véase la segunda ola anunciada por analogía a otras epidemias o la falsedad de Sánchez, quien aseveró en junio haber derrotado al coronavirus).

No es posible determinar la actuación o evolución de las variables de un sistema en todas las circunstancias como demuestra la evolución de positivos en diferentes territorios y comunidades de personas.

Ante las ultimas medidas tomadas se verifica que la intervención del observador modifica lo observado (ya se constató de marzo a junio pasados ).

Y se observa de manera irrenunciable.

Se aplican métodos diagnósticos que en marzo y abril no se aplicaron.

Esto viene a demostrar que el universo de este coronavirus es finito y tuvo un inicio en el tiempo.

Quizás surgió de una mutación y en esa mutación se desconoce quién tuvo la última palabra. ¿Tal vez Dios?

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba