Un número importante de docentes «deciden de antemano que un 70% de los estudiantes aprobará y un 30%, no...; creen que suspender mucho les da prestigio. Las familias tienen la visión de que repetir es bueno: no te has esforzado, te lo mereces», declaraba con temeraria rotundidad en un diario de tirada nacional hace algunas semanas el matemático Lucas Gortázar, especialista en educación fajado actualmente en un proyecto colectivo que tiene como objetivo último elaborar propuestas técnicas para después elevarlas a los diferentes gobiernos del país. Sobre las razones por las que repite habitualmente el alumnado de primaria y secundaria, añadía: “El 30% de los alumnos repiten durante la ESO, un porcentaje muy superior al del resto de Europa (11%) y de la OCDE (11%)... España es campeona del mundo en inequidad: los estudiantes que viven ligeramente por debajo del umbral de la pobreza tienen una probabilidad de más de un 50% de repetir que los más aventajados. La repetición está en la mentalidad de los centros educativos, sobre todo en secundaria. Si no, ¿cómo se explica que la tasa en primaria sea del 3% y en secundaria del 10%?». Tales circunstancias repercuten como es lógico en un incremento alarmante del gasto en educación, al tiempo que, siempre según su opinión, se convierten en causa determinante del fracaso y el abandono escolares. Para evitarlo, según Gortázar, habría que adelgazar los programas académicos (de los niveles mínimos de exigencia o la responsabilidad de los alumnos y las familias no dice nada), disminuir el número de horas y de dedicación a docentes y discentes, reducir exponencialmente la carga burocrática, potenciar la comprensión lectora y el razonamiento matemático, y propiciar una mayor autonomía en la orientación y la gestión de los centros dándole mayor peso a la figura del director, hoy tan denostada y de la que todos huyen despavoridos.

La mayor parte de estas reflexiones van en la línea de las que yo mismo vengo desgranando desde hace tiempo, por lo que podría suscribirlas sin demasiadas reticencias. No ocurre lo mismo, sin embargo, con las críticas al papel que desarrollan los docentes, aun cuando asuma que algunos de ellos puedan no estar en la profesión por vocación y su falta de entrega acabe provocando entre los alumnos el efecto contrario al buscado. Afirmaciones como la de que «si le das la opción al profesorado de hacer repetir al alumnado, la va a utilizar...; los estudiantes no repiten porque no entiendan los contenidos, sino por problemas de comportamiento», me parecen de una dureza extraordinaria, tanto si de verdad ocurre por norma, como si se extrapola a partir de casos concretos. Por más que lo agobien la burocracia, el número de clases, los cambios permanentes en la política educativa y los requerimientos académicos, el deterioro de la percepción que tiene la sociedad de su labor en el aula, el acoso o la presión del sistema, orientado siempre a restarle autoridad en beneficio de padres y alumnos, todo maestro o profesor que se precie tendrá siempre como objetivo prioritario y trascendente a sus alumnos, vivirá por ellos, les entregará a diario lo mejor de sí mismo, procurará llevarles con mimo y de la mano en su iniciación al conocimiento y la vida. Otra cosa es que las razones antedichas, entre las cuales fundamentalmente los recortes en sus atribuciones y capacidad decisoria dentro y fuera de la clase (¿de verdad entienden los alumnos en su globalidad los contenidos...?), menoscaben su pasión, alteren su trabajo, fagociten sus fuerzas robándole el ánimo, lo agoten hasta extremos inverosímiles sustrayéndole el alma, acaben por llevarse lo mejor de cada uno y le hagan vivir soñando con el día en el que pueda por fin cerrar su ciclo profesional y salir corriendo. La pregunta que deberíamos hacernos, por tanto, es hasta qué punto somos todos responsables de esta situación. Más allá del deterioro general de la educación en España en las últimas décadas, que posiblemente ha devaluado la labor docente en sus más diversos ámbitos y niveles, ¿son los maestros quienes han perdido empuje, o es la sociedad la que a fuerza de cuestionarlos los ha convertido en algo ajeno a la semántica de tan hermosa palabra? Maestro es aquel que enseña y se erige como modelo de vida (la educación debe venir de casa); aspectos ambos de grandeza extraordinaria pero que a día de hoy han perdido casi por completo su relevancia y aceptación social, mientras crece el pernicioso imperio de las redes sociales. ¿Cómo no entender en consecuencia la frustración de muchos que soñaron serlo y se quedaron a medio camino? No existe despilfarro mayor que dilapidar la savia de la que deberían nutrirse nuestros hijos. Así les va a ellos, y también a nosotros. Descorazonador, bajo cualquier punto de vista.

* Catedrático de Arqueología de la UCO