Con este epígrafe parafraseo el título de la última publicación del doctor Enrique Aguilar Gavilán, que nos ha dejado para siempre. El título exacto de dicho libro --Cuatro cordobeses para la Historia-- trata de la biografía de otros tantos personajes del siglo XX, Intervinimos en él, además de Enrique, otros dos colegas --Juan Ortiz y Manuel Toribio-- y quien suscribe estas líneas. Como coordinador de la obra, encontré todo su apoyo y colaboración, puesto que lo que se pretendía era dar a conocer la trayectoria de cuatro ilustres cordobeses --Antonio Jaén Morente, Eloy Vaquero Cantillo, Francisco Azorín Izquierdo y Rafael Castejón Martínez de Arizala--, aunando en ellas el rigor y la sencillez, una simbiosis en la que siempre sobresalió Enrique. Además de la espléndida biografía del último personaje, fue quien nos puso de acuerdo en el título de la publicación que hoy sirve para recordarle en este obituario porque él, por otros motivos, también fue un cordobés para la Historia, en su brillante trayectoria de historiador, profesor y académico.

Enrique y yo nos conocimos cuando yo impartía clase a la primera promoción de Filosofía y Letras del Colegio Universitario de Córdoba en 1971. ¡Cuántas veces me recordó un comentario de textos que desarrollé ante los alumnos sobre el faraón Akenaton! Después cada uno tomó derroteros profesionales distintos: él en la Universidad de Córdoba, yo en el campo de las Enseñanzas Medias. Muchos años más tarde las tornas se cambiaron y Enrique Aguilar fue el presidente del Tribunal que juzgó mi tesis doctoral. Y, más recientemente, uno de los que propuso mi candidatura para formar parte de la Real Academia de Córdoba.

Resumir en un breve artículo todo lo mucho que se puede decir de Enrique es una tarea casi imposible. Como historiador aportó algo que antes he reseñado y que por desgracia muchos pierden de vista: que el rigor académico no está reñido con la claridad y la elegancia en la exposición, tanto en los libros, como en las conferencias o en la cátedra. Enrique fue un historiador de primera fila pero también un excepcional comunicador. Aún recuerdo su última conferencia sobre Alejandro Lerroux en un ciclo organizado por el Archivo Municipal de Córdoba hace poco más de un año. Las huellas de la terrible enfermedad que acabó con su vida estaban presentes en lo físico. Pero ello no impidió que siguiera viva su brillantez intelectual y su capacidad para dirigirse a los demás. Al día siguiente nos encontramos en nuestro barrio y me dijo: «Perdona si me extendí mucho en la conferencia. Pero es que va a ser la última que pronuncie en mi vida». ¡Cómo iba a perdonarle si nos había dado a todos los que llenábamos la sala de Vincorsa una lección magistral de Historia y de vida!

A partir de ahora quedará en el recuerdo de tantos que le quisimos y admiramos una vida ejemplar: de un historiador que dedicó su vida a bucear en nuestro pasado para que todos aprendiésemos de él. De un esposo y padre modélico. De un deportista que era capaz de recorrer el campo a través y que estuvo encariñado con un Córdoba CF que no le dio muchas alegrías. De un hombre liberal en su pensamiento, pero con ese liberalismo aprendido de las lecciones de la Historia y no del que hoy muchos hacen gala sin saber realmente su significado.Descansa en paz, colega. Descansa en paz, vecino. Y sobre todo, descansa en paz, mi amigo. Y un fuerte abrazo para María José, tus hijos y tus nietos.

* Historiador