Nos ha dejado el maestro. Recordar su figura es como realizar un viaje en el tiempo. Su partitura evoca con nostalgia entrañables momentos vitales en los que su música estuvo siempre presente, desde la adolescencia hasta la edad adulta. Hoy, ya no podría entender mi existencia sin la presencia de su inigualable e inabarcable obra. El legado de Ennio Morricone es casi infinito y su genialidad, eterna.

Hace más de 30 años vi por primera vez la película Érase una vez en América, dirigida por Sergio Leone e interpretada por Robert de Niro y James Woods. El largometraje narra la historia de los chicos de un barrio judío de Nueva York, desde sus travesuras infantiles, hasta sus fechorías como mafiosos en tiempos de la Ley Seca. Sin duda, una auténtica obra de arte que nos habla de la amistad, la lealtad y la traición. La banda sonora original, en la que también figura una brillante versión instrumental de Yesterday, no podía ser de otro compositor: el gran Ennio Morricone.

Aquí empezó mi admiración por el Maestro: Cockeye’s Song, Poverty, Deborah’s Theme, Amapola... son algunas de las primeras piezas que se fueron incorporando al disco duro de mi vida. El sonido melancólico de la flauta de pan en la canción de Cockeye formaría parte de nuestras inocentes andanzas en el vecindario. ¡Qué grandes recuerdos!

En aquella época, poco tiempo después, llegarían otras producciones más internacionales como Los Intocables de Eliot Ness, La Misión y Cinema Paradiso. Quizás estas dos últimas sean sus composiciones más mediáticas y reconocidas por el público general y por la crítica. Gabriel’s Oboe y Love Theme son, sencillamente, sublimes.

Desde entonces, sentí pasión por su música y empecé a indagar en su creación. Así, descubrí su etapa anterior junto a Sergio Leone y Clint Eastwood, vinculada al Spaghetti Western: Hasta que llegó su hora, El bueno, el feo y el malo, Por un puñado de dólares... El solo de trompeta de esta última no tiene parangón. Aunque empecé a valorar su calidad instrumental con el paso de los años, ya formaban parte de mi subconsciente desde aquellas sesiones de cine de tarde en casa, cuando las películas del oeste después del telediario eran un auténtico evento familiar.

Con Cinema Paradiso, de la mano del director italiano Giuseppe Tornatore, encontré al Morricone más íntimo. De la colaboración de ambos, además de la bella historia en torno al mundo del cine del niño Totó y de Alfredo, nos deja, entre otras, las piezas musicales de Malena y La leyenda del pianista en el océano. Poco conocida esta última, incluye dos auténticas maravillas como son The legend of the pianist y Playing love. Diametralmente opuestas y que muestran, respectivamente, majestuosidad y sensibilidad en un grado de excelencia máxima.

Sus colaboraciones con otros músicos como la cantante Dulce Pontes o el violonchelista Yo-yo ma nos ofrecieron una nueva versión de sus clásicos, con una sutileza y elegancia propias de los artistas implicados en la producción. El disco Focus, con Dulce Pontes, me acompañó en largas e interminables sesiones nocturnas de estudio en época de exámenes, lejos de casa. Me ayudaba a concentrarme. Me transmitía paz, equilibrio y armonía.

Gracias a Ennio, descubrí el mundo de las bandas sonoras de películas y, en consecuencia, la excelente obra de otros grandes compositores: Henry Mancini, Hans Zimmer, John Williams, Nino Rota, Bill Conti, Alan Silvestri, James Horner, Howard Shore, John Debney, Maurice Jarre, John Barry, Michael Giacchino, ….. Todos grandes, pero ninguno como él. Su sensibilidad es única e inalcanzable. No es de este mundo.

Tuve la suerte de acudir a tres de sus conciertos: Praga 2011, París 2014 y Madrid 2019. Fueron experiencias únicas. En ellos pude disfrutar de su grandiosidad, del respeto y de la admiración que despertaba entre todos los presentes. Pero solo fue en su tour de despedida del pasado año, en la madrileña cita en el Wizink, donde fui consciente de su humildad y sencillez. El maestro era tan grande que nos preparó para la despedida. Vino a España, después de muchos años sin visitar nuestro país, nos dio las gracias y nos dijo adiós. O, mejor dicho, hasta siempre.

Me quedó la espinita de no haber podido estrechar la mano de un hombre único e irrepetible y de poder darle las gracias por su música. Sirvan estas letras, escritas desde el corazón, para rendirle un respetuoso homenaje.

Grazie mille, maestro!

* Director de Congresos & Córdoba Film Office en Imtur