Tradicionalmente, los obispos de Córdoba administraban las órdenes sagradas del presbiterado a finales del mes de junio, muchas veces coincidiendo con la fiesta san Pelagio o con la solemnidad de san Pedro y san Pablo. En la década de los 50 y 60 del pasado siglo, dos largas hileras de jóvenes ocupaban el amplio altar mayor de la Catedral. Los tiempos han cambiado, pero las órdenes sagradas continúan. Ayer, el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, ordenó a dos nuevos presbíteros, a Mario González González y Javier Solaz Moreno, en la Catedral cordobesa. La ordenación sacerdotal está siempre transida de emoción y unción. Culmina así la llamada vocacional, tras largos años de formación en el seminario. Cuando se pregunta a los seminaristas cómo se les ocurrió ir al seminario, la respuesta que ofrecen suele ser unánime: «Recibí una llamada de Dios». Me viene a la memoria la ocurrencia de un joven, tras oír las palabras del seminarista: «¿Es que Dios te envió un WhatsApp?». El joven seminarista no se pensó mucho la respuesta: «Me envió la novela Niebla», de Miguel de Unamuno. Y es que los caminos de Dios son infinitos. Para el seminarista de la anécdota fue el argumento de este libro clásico: el joven protagonista, tras varias experiencias amorosas, se encuentra desconcertado y acude en petición de consejo a un escritor famoso, el propio Unamuno, a plantearle preguntas fundamentales como el sentido de la vida y de la propia existencia. Unamuno, en esta ficción escrita por él mismo, se reconoce como su creador, y le dice que igual que le dio la vida, lo puede matar si lo desea. El joven plantea entonces que quizá también Unamuno tiene su creador, y aparece así la relación Dios-criatura. Muchas veces no es un libro, sino una experiencia familiar, la conversación con un amigo, o el ejemplo de un sacerdote, el que impulsa al sacerdocio, abriéndose así el periodo de formación del seminarista en el que uno confirma su vocación y se prepara en su corazón y en su cabeza, para algo que supera a una profesión: a una vocación de servicio para toda la vida. En una encuesta reciente, se formulaba esta pregunta: «¿Qué cualidad remarcas en un sacerdote?». Las respuestas fueron de este estilo: «Que sea una persona alegre; que esté preparado para los tiempos actuales; que sea generoso y capaz de sacrificarse; que transmita la doctrina de la Iglesia; que se preocupe por los más necesitados; que sea hombre de oración y conecte con Dios». En esta misma línea, el papa Francisco les hablaba hace poco, a los jóvenes sacerdotes, animándoles a abrirse a «las sorpresas de Dios», a servirse de su creatividad para la evangelización y les recordó que su trabajo no es un trabajo burocrático, sino que «ser sacerdote es jugarse la vida por el Señor». Córdoba cuenta con dos nuevos sacerdotes, ordenados ayer en la Catedral. En sus palabras, el obispo subrayó la grandeza de la vocación sacerdotal, manifestando su gozo y su alegría, como eco quizás de una frase del papa Francisco: «Siempre me alegro cuando me reúno con sacerdotes jóvenes porque en ellos veo la juventud de la Iglesia». También por estas fechas muchos sacerdotes de nuestra diócesis recordamos nuestra ordenación sacerdotal, nuestra primera misa, que vosotros celebraréis en Priego de Córdoba y en Pozoblanco, los primeros de días de julio. Tres novelas estaban de moda en la década de los 60, sobre el sacerdocio y la crisis que comenzaba a desencadenarse tras el Concilio I: Los santos van al infierno, de Gilbert Cesbron, sobre los sacerdotes obreros; Diario de un cura rural, de Georges Bernanos, sobre la grandeza de la Iglesia, cuyo rostro resplandece a la luz de la gracia; y Los nuevos curas, de Michel de Saint Pierre, sobre la crisis que se desencadena en el pontificado de Pablo VI. Ahora, la misión del sacerdote se ha clarificado más y, sobre todo, de la mano del papa Francisco se ha centrado más en una «Iglesia en salida», a la búsqueda y al encuentro con los más pobres y desfavorecidos, y con las armas intensamente evangélicas de «la misericordia, la ternura y el perdón». Enhorabuena, queridos compañeros y hermanos en el sacerdocio, Mario y Javier. Vosotros sois el gozo de nuestra iglesia particular. Testigos sois de que el sacerdocio es un gran regalo de Dios para cada uno de vosotros. Bienvenidos seáis a la besana de esta hora, tan exigente para todos, tan necesitada de acompañamientos cercanos, intensos y eficaces, que iluminen rostros y entusiasmen corazones.

* Sacerdote y periodista