He pasado de pagar a Endesa 269 euros en agosto, a 488,42 € en octubre, para llegar a la escandalosa cantidad de 775,45 € de la factura que me atragantó la Navidad el día de los inocentes. En casa somos los mismos, mismos electrodomésticos, mismas luces e imposible alegar mayor consumo por agua caliente o calefacción, porque ni la una ni la otra son con electricidad. ¿La explicación? Ninguna, ninguna que no sea una indefensión hiriente ante esta insufrible dependencia de Endesa, ese pozo sin fondo que nos engulle cada mes, con unas vergonzosas subidas y un continuo abuso de quien juega con una necesidad básica, sin que quienes gobiernan hagan algo por evitar semejante desatino. Afortunadamente me considero una privilegiada que puede asumir sin riesgo de pasar frío ni oscuridad tan escandalosas facturas, pero es evidente que muchas familias no pueden.

Cuando no sé si tomar una centramina para tratar de hacer un análisis sesudo de las tres facturas y descubrir la trampa entre tanto Kw, consumo, potencia, alquiler y cuadraditos, veo que no me hace falta porque pronto descubro que no hay nada que hacer: han metido un puyazo en el precio de la potencia, el impuesto de la electricidad desde agosto lo han triplicado y la energía consumida hace pensar que he tenido un ejército viviendo en mi casa, pero ¿quien le discute a Endesa si la energía consumida es esa y no otra? ¿como defendernos de los kilovatios que dicen hemos gastado? Eso sí, el consumo en horas Happy, a cero pelotero. ¡Que casualidad!

La indefensión con Endesa está servida en cada factura y el único consuelo que queda es saber que nos engañan a todos, aunque ya saben, mal de muchos... Pero mi enfado se convierte en indignación y desconsuelo cuando a renglón seguido veo en el telediario a los políticos discutiendo banalidades, mientras van apareciendo situaciones humanas sangrantes. Antes de ayer era que hay familias que ya escogen entre comer o poder pagar la luz; ayer la irrupción en el mercado de infraviviendas en forma de trasteros en los lúgubres bajos de los edificios en los que se instalan parejas para aminorar alquiler y el gasto de la luz; hoy esa señora desvaída, despeinada, gastada por los envites de la vida, que mal vive a sus 66 años en un trastero de Valencia con un hijo disminuido psíquico, cansada de bregar con la burocracia y de mendigar la ayuda que no tendría que mendigar en el supuesto estado de bienestar que algunos pregonan. Si me dedicara a la política, hoy me moriría de vergüenza, como no me dedico, creo que al menos voy a demandar a Endesa.

* Abogada