En una huelga de futbolistas, no recuerdo cuándo, Jorge Valdano, que aún era jugador, hacía referencia en un artículo a un dirigente socialista que, en su opinión, tenía nombre de extremo izquierda pero no jugaba por la izquierda. Ahora hay un político de nombre Pablo y de apellido Iglesias, igual que uno de los dirigentes históricos de la izquierda española, en concreto del socialismo, que parece no tener ni idea del significado de transitar por la izquierda. Y no debería ser una sorpresa, pues en sus inicios Iglesias defendió la necesidad de estar por encima de una clásica división al afirmar que «la política entre izquierda y derecha es una estafa», lo importante era acabar con la denominada «casta» que había monopolizado la vida política española, frente a la cual se situaba el pueblo, la gente. También expuso la idea de que en un plató de televisión se hacía más y mejor política que en el Congreso de los Diputados, claro que entonces él aún no tenía escaño, y sí disponía de espacios televisivos en los cuales vender su imagen, cuyo perfil ilustró la papeleta en las elecciones al Parlamento europeo de su partido.

De entonces datan las críticas a la Transición, incluso con ataques al papel de la izquierda en aquella coyuntura, algo que no se sostiene en el ámbito de la historiografía. Eran los tiempos del ataque al denostado régimen del 78, pero de aquella especie de enmienda a la totalidad al texto constitucional, en la pasada campaña electoral vimos a Iglesias participar en debates donde su arma era la defensa de la Constitución, a cuyo articulado recurría con frecuencia. Cabe suponer que en su lectura de la misma no pasaría por alto el art. 100, donde se explicita que los miembros del Gobierno, los ministros, son nombrados por el Rey «a propuesta de su Presidente». Es de suponer que quien salga elegido de acuerdo con el procedimiento previsto en el art. 99 formará un equipo donde se mantenga en la mayor medida posible la cohesión, condición imprescindible para que un gobierno funcione. Y a la vista de cómo actúa Podemos, surgen muchas dudas acerca de cuál pueda ser su comportamiento, entre otras cosas porque tiene una tendencia excesiva a confundir la democracia representativa con la asamblearia, y así ya hemos visto que recurren con frecuencia a la consulta de los inscritos e inscritas, tanto para cuestiones de orden particular, privado, como es si el dirigente de su partido debe dimitir o no por comprarse una casa, hasta otras que conciernen a su actividad pública, como acaba de hacer en días pasados al comunicar la convocatoria de una consulta acerca de si se debe apoyar el gobierno de coalición o permitir la formación de otro monocolor socialista. En una viñeta publicada el domingo Peridis le hacía decir a Sánchez, dirigiéndose a Iglesias: «Ya puesto, le podías preguntar a tus bases si quieren que seas tú el presidente del Gobierno». La formulación de las preguntas demuestra su falta de voluntad para llegar a un acuerdo, si bien en este caso las críticas le han llegado incluso desde sus propias filas, con el caso más significativo de Teresa Rodríguez en Andalucía. Y sorprende el silencio de Izquierda Unida, desaparecida en este debate, una posición en la que ya lleva instalada hace tiempo, como algunos de sus dirigentes ya vaticinaron.

Cuando dos no se ponen de acuerdo, sin duda en ambas partes hay una cuota de responsabilidad, pero de cara a la votación de investidura la intransigencia está en su mayoría en el lado de Podemos, que anclada en esa posición pierde la oportunidad de dar salida a una situación de crisis, con un gobierno socialista que se vería obligado a seguir una acción política vinculada a la izquierda con el apoyo de una fuerza parlamentaria que demostraría una seriedad de la que ha carecido hasta ahora.

* Historiador