Estamos tranquilos. Roger Torrent ha ido hasta la cárcel de Estremera para recordarnos que en una prisión no se pueden encarcelar ideas. Claro que no. Porque lo que se encarcelan, llegado el caso, si constituyen delito, son las actuaciones producidas o justificadas por esas ideas. Aunque verdaderamente hay ideas que también merecerían ser encarceladas por el mero hecho de existir. El racismo, por ejemplo. Esa convicción de que solo el pigmento de una piel es razón suficiente no solo para imponerse sobre el otro, sino para estigmatizarlo, esclavizarlo, violarlo, torturarlo o matarlo si es el caso. Aquí tenemos una idea o ideario que desde luego merecería entrar en prisión, en contra de lo que afirma Torrent. Vamos con más: el terrorismo contra las mujeres, en su fase teórica. Es decir: el machismo. El machismo que mata, cuya denuncia va mucho más allá de un abanico rojo en la ceremonia de los Goya, que ha vuelto a demostrar cómo la vida no puede esconderse en la proclama, si se queda pequeña, al lado de la frase luminosa de Leticia Dolera, llena de sentido y de rotundidad esférica de ovarios. Podríamos añadir el fascismo y el comunismo estalinista: toda ideología que suponga la abolición efectiva de la socialdemocracia y de la libertad podría ser considerada ya no digna, sino dignísima de ser encarcelada. Y por ahí podríamos seguir: cualquier planteamiento político que consista en tratar de imponer a los demás una visión única de la vida y del mundo. O «convencerlos de su error», que diría Roger Torrent, como cuando afirmó -hay un vídeo casero en Internet-- que a los no convencidos del procés había que convencerlos. No escucharlos, no tratar de entenderlos, no llegar a una solución pacífica que pudiera asumir ambos planteamientos, no: convencerlos, que es una variante eufemística de la dominación. Tiene razón Torrent: las ideas no pueden ser encarceladas, como los enamoramientos platónicos o las metáforas volantes. Pero eso no significa que no lo merezcan a veces. Sobre todo, cuando se ejecutan delictivamente.

Roger Torrent ha venido a traernos un mensaje de amor. «Me he podido reunir con Oriol Junqueras y Joaquin Forn, el vicepresident Junqueras y el conseller Forn. Hemos tenido una reunión evidentemente muy cordial. Una reunión donde nos hemos podido abrazar, donde hemos podido hablar de su situación personal». Muy bueno esto del abrazo, muy de la época. Últimamente hemos tenido en la política televisada, como una pantomima de lo que no se dice, abrazos y hasta algunos besos en la boca. Pero nada de eso ha demostrado aportar algo al pastiche de la superchería. Más o menos como el discurso de Torrent: «Son hombres de paz, son hombres dignos, son hombres de profundas convicciones democráticas, que no tendrían que estar en la prisión». No tendrían que estar en prisión, ¿por qué? ¿Porque así lo ha decidido el nuevo president del Parlament, reconvertido en juez momentáneo? Son hombres de paz, sí, que no se han manchado las manos mientras lanzaban a media población contra la otra media. Manos relucientes con el talco enmohecido. Manos coherentes, es verdad, porque han preferido apechugar y no andan por ahí dando la paliza exiliada al personal. Pero manos calientes. Dice Torrent que Junqueras y Forn son «víctimas de un juicio político, de una causa política». El delito tiene su matiz político, es cierto: a fin de cuentas, una sedición es un levantamiento o rebelión contra la autoridad constituida, y eso puede vestirse, tiznarse o enlodarse con una chapa utópica. Pero esas «profundas convicciones democráticas», hasta la fecha, no les han impedido gobernar, legislar y gastarse la pasta de sus conciudadanos en un solo objetivo que únicamente compartía menos de la mitad de su población, en contra de la otra mitad. Así, había que convencerlos sí o sí, o tendrían la imposición de la declaración unilateral de independencia. Valiente convicción democrática. Qué caricatura del significado de cada una de las dos palabras.

Ha hablado Torrent del respeto a los derechos de los diputados del Parlament. Sí: en un sistema soberanista de representación, respetarlos es respetar a la ciudadanía. Justo lo que no se hizo en el Parlament al vulnerar los derechos y las garantías jurídicas de los representantes de la población catalana que quiere seguir siendo española, cuando tuvo que llegar Coscubiela a poner orden en un escenario que era un españolismo de Berlanga. Esto es un desgaste en el que al parecer sigue viviendo el que miente más veces.

* Escritor