Andalucía vivió un año más su romería del Rocío, que tiene como pórtico para las 121 Hermandades filiales, «hacer el camino» desde sus localidades de origen, hasta la aldea. El camino se hace acompañando al «simpecado», el estandarte con la imagen de la Virgen que durante el año recibe el culto de sus devotos en las respectivas ciudades de origen: a caballo, en carros bellamente adornados, en inmensos trailers tirados por tractores, y varios centenares caminando a pie. Hay hermandades más numerosas, de hasta 10.000 personas, y otras más reducidas, de decenas o centenares de personas. El camino encierra el encanto de una profunda vuelta a la naturaleza, ya que se realiza casi todo lejos del asfalto, sobre pistas de barro o sobre caminos de blandas arenas. Caminar por el campo, comer y beber de las viandas autotransportadas, vivir unos días constantemente rodeados por otros peregrinos, es entrar y zambullirse transitoriamente en un sistema de vida y de convivencia que ya ha desaparecido casi por completo. Y todo esto, casi siempre, con los trajes de gitana o de flamenco, con cantes y bailes de sevillanas muy frecuentes, con reiteración de «Vivas a la Virgen del Rocío». Las personas que hacen el «camino» son conscientes de que están acompañando al «simpecado», de que caminan con la Virgen. En expresión de uno de los sacerdotes que ha hecho el camino con la Hermandad Emigrantes, de Huelva, el padre Luis Espina, jesuita, «uno de los momentos mágicos de cada jornada es el de la misa de romeros, bajo los pinos, en el seno de la inigualable catedral que es la naturaleza. La gente participa y hasta se emociona, muchos comulgan, viviendo de forma poco común la liturgia estricta de la Iglesia. Pero hay que reconocer que la vivencia de casi todos es mucho más fuerte en otro peculiar «acto religioso» que se realiza a otra hora y de forma muy distinta: hay una charca por la que el camino tiene que cruzar; la carreta con el «simpecado» se introduce en el agua y, entonces, comienza la «ceremonia». Desde lo alto de un caballo, un hombre saca una guitarra y arranca a cantar. Cantos flamencos con letras alusivas a la Virgen, a la Hermandad y a los sentimientos más profundos de la gente, que electrizan por completo a la multitud. Todos se siente muy cómodos, participan con los «olés» y rubrican con los aplausos». En parecidos términos se expresa tambien Tomás Pajuelo, canónigo de la catedral, capellán de camino de la Hermandad de Córdoba: «En el Rocío vivimos intensamente la religiosidad popular, de la que el Papa Francisco ha hablado con gran respeto y ha recomendado cuidar con esmero. Lo más importante se centra en ese contacto personal de cada romero con la Virgen María, a la que le habla, le canta y le reza con enorme fe y entusiasmo». Ciertamente, el Rocío es la manifestación más completa de todos los elementos de Andalucía, de su tierra y de sus gentes, de su cultura, de su gastronomía, de su forma de ser y tambien de su religiosidad, todo fundido en un conjunto inseparable. Vivencias y convivencias, creencias y devociones, cordialidad y fraternidad, marcan los pasos de una romería que eleva los corazones a las alturas, allá donde el firmamento es promesa de «unos cielos nuevos y una tierra nueva», desde la orilla de la esperanza y el amor.

* Sacerdote y periodista