En 1969 el escritor peruano-español Mario Vargas Llosa publicó una novela (tal vez su mejor novela) que todo el mundo recuerda por una frase parecida a esta: «¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?». La novela tiene 669 páginas, pero aunque la leas con mucha atención, no queda claro al final en qué momento se jodió el Perú, si fue durante el virreinato de don José Manso de Velasco, que murió desterrado en Priego de Córdoba, o durante alguna de las muchas dictaduras que sufrió aquel maravilloso país.

No me he atrevido a titular este artículo con la palabra «España» por temor a que algunos posibles lectores me tacharan inmediatamente de «fascista» y descartaran su lectura, pero está claro que algún paralelismo debe haber con lo que pasó en Perú. Que simultáneamente ocurran hechos como la llegada de Pablo Iglesias al poder, el colapso absolutamente histórico del Tribunal Supremo, el descrédito de la Universidad, la RAE en la ruina, el esperpento de Cataluña, la corrupción generalizada, la televisión hecha una basura, el ridículo permanente de algunos ministros y ministras, etc., etc., solo puede significar que, de pronto, este país está bien jodido. Ya solo el salmorejo se mantiene firme entre los más altos valores de la patria.

Cunde el pesimismo, hemos de admitirlo, y por ende la situación nos recuerda el inolvidable momento histórico de 1898 que dio nombre a la muy célebre Generación del 98: los intelectuales de la época, desde Ganivet y Maeztu hasta Unamuno y Machado se lamentaban de los males que aquejaban a España, desde la pérdida de las colonias hasta el endémico mal gobierno, pasando por la eterna crisis del teatro, que ya empezaba. Después resultó que el diagnóstico de aquellos insignes intelectuales no era del todo acertado y que la pérdida de las colonias solo era un mal aparente pero necesario y hasta saludable. Y que la crisis del teatro nunca ha existido.

Pero ahora nos parece que la cosa va en serio, que todo se desmorona a nuestro alrededor. Inocentes como niños, creímos que aquel éxito inmenso que fue la Constitución de 1978 nos garantizaba por muchos años la convivencia pacífica y hasta el progreso social y económico; que ya no sería necesario ir de revolución en revolución como nos ocurrió en el siglo XIX, ni tampoco andar cambiando de régimen (monarquía, dictadura, república, guerra, otra vez dictadura y por fin democracia) cada cuarto de hora, como nos ocurrió en el XX. Y sin embargo ahora, casi de pronto, estamos preocupados y recordamos toda aquellas historias que nos parecían lejanas y definitivamente superadas: ¿en qué momento se jodió (otra vez) «este país», Zavalita?.

Pues tal vez ha llegado el momento de que todos controlemos los nervios, de que nuestros políticos dejen de pensar que la política es la guerra por otros medios y empiecen a pensar que entre personas medianamente civilizadas, la política siempre ha sido el arte de llegar a acuerdos con el adversario.

Y en último término, seguramente ha llegado el momento de recordar aquella frase que al parecer Otto Bismarck (político alemán artífice de la unificación germánica) nunca dijo: «Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y nunca lo ha conseguido».

* Cronista oficial de Priego de Córdoba