Carlos Clementson, una de las cinco o seis personalidades cimeras de la crítica literaria y de la cultura entera de la Andalucía contemporánea, no es miembro de número de ninguna Academia de ámbito estatal ni de las innumerables que pueblan el panorama científico-intelectual del Mediodía peninsular. Tal ausencia no es ni mucho menos un deshonor profesional, sino que manifiesta con patencia cegadora la muy escasa sensibilidad que, en general, revelan unas instituciones en progresión creciente y malhadada ante los auténticos valores del espíritu. En puridad, el último perjudicado será el antedicho hombre de letras, pues tan reprobable conducta acrisolará aún más los quilates de un alma estoica de resonancias morales difíciles de hallar en la España de hoy, estragada por corruptelas y deturpaciones no solo económicas o políticas...

Enraizado en uno de los pueblos --Villa del Río-- de mayor riqueza y enjundia antropológica, geográfica e histórica de un Sur en acelerado proceso de descomposición social y cultural, el paraíso perdido para este empedernido lletraferit radicó en la Murcia del tardofranquismo cuando la sección de Humanidades de su Alma Mater gozó de la presencia de algunos catedráticos que compensaron con creces la inoperancia y grisaciedad de colegas de memoria hoy justamente sumida en la mayor obscuridad y, en numerosas ocasiones, también en el más pertinente repudio. Figuras hoy míticas en el agradecido recuerdo de Carlos Clementson, muy en particular del gran docente asturiano Mariano Baquero Goyanes, desplegaron en las aulas de la Universidad suresteña un magisterio loablemente aplaudido por los alumnos más destacados de la época, a la manera, por ejemplo, del ejemplar catedrático de Instituto y buido crítico literario D. Manuel Cifo González o de nuestro estudioso de mayor envergadura en amplias terrenos de las letras renacentistas y barrocas, amén de muchas más parcelas del ensayo y la novelística contemporáneas, Antonio Ruiz Berrio, en posesión igualmente de incontables saberes artísticos, explanados con rara hondura y originalidad en una producción bibliográfica incesable y admirable.

Incorporado a la flamante Universidad cordobesa en las primeras de sus hornadas profesorales, llevó a cabo en los últimos cuarenta años una labor que solo puede calificarse de ímproba y --si su ático espíritu no fuera refractario a toda suerte de énfasis o hipérbole-- ciclópea. La prueba más irrefutable de lo antedicho se encuentra en la inmensa labor llevada a término para traducir a un castellano aterciopelado y espejeante muy extensas antologías de las restantes lenguas de cultura peninsulares --catalán, gallego y portugués--. Su insomne tarea no ha acabado aquí, sino que se ha ampliado a la versión española de otros vastos florilegios de la poesía europea, v. gr., francesa, italiana o inglesa.

Ahora, en la ocasión comentada, sus afanes se centraron en la traducción de la obra poética semitotal de un vate memorable entre los memorables, en especial, para los empecatados lectores machadianos: Pierre Ronsard (1524-81), en cuyo lujuriante huerto también cortó, como D. Antonio, múltiples rosas en su juventud el mismo profesor cordobés. En una edición formalmente cuasi perfecta, UCO Press (Editorial Universidad de Córdoba) ha trasladado al castellano la obra esencial de una figura que compendia en su azacaneada biografía el mundo incomparable de la Francia del esplendor de los Valois y los inicios de las desgraciadas guerras de religión. Entre los diversos miradores para contemplar el vasto cuadro de un periodo de impar sustancia y creatividad --artística, política, social...--, pocos alcanzan la profundidad y perspicacia de la obra ronsardiana, producto alquitarado de un artista de alma hervorosa y peripecia intensa, imantado, un tanto paradójicamente, por la Antigüedad clásica, como canon y modelo estéticos insuperables.

Nuevo y gran servicio, pues, el del vate y escritor cordobés a las letras castellanas con su impecable traducción de un poeta mayor de la herencia cultural del Viejo Continente, que revalida con ambos sus incontestables títulos para legitimar su liderazgo cultural a escala del planeta.

* Catedrático