Desde que, hace pocos años, se puso de moda el uso de la palabra empatía (que también con las palabras ocurren las alternancias de las modas) dejó de escucharse, de leerse, y hasta de oírse y de pronunciarse, la palabra simpatía, tan usual, tan frecuente, tan estimulante, tan simpática y tan de toda la vida... Es así el mecanismo de las modas: la sustitución. Sustitución cómoda (basta con dejarse llevar), pero muchas veces injusta, inapropiada y, como en este caso, descaradamente inexacta. Una flagrante suplantación.

Es verdad que ambas palabras contienen el lexema griego pathos, con el que se significa el sentir: simpatía es «sentir con», sentir en coincidencia con el sentir de la otra persona; en empatía es «entrar dentro» del sentir, o de los sentires, de la otra persona, mirar la vida desde su misma perspectiva, dejando aparte la visión personal que yo pudiera tener del tema o asunto considerado; es calzarse con sus propias sandalias para recorrer el sendero mental y emocional que esa persona está recorriendo o ha recorrido entre las peripecias de su vida...

Simpatía es comprender, abrazarse a la persona con un mismo abrazo y arder, prenderse, con el fuego de emociones compartidas.

Empatía es entender, acercarse a la otra persona, entrar en su óptica personal, para descubrir lo que abarca su mirada y el porqué de sus acciones y de sus reacciones emocionales.

Simpatía supone la activación de funciones emocionales; empatía supone la activación de funciones cognitivas. Algo tienen en común ambas palabras, ambos significantes lingüísticos, pero al mismo tiempo contienen muy distintos significados conceptuales. Se puede comprender, simpatizar con otra persona, sin entenderla; se puede entender con auténtica empatía lo que hace o siente otra persona, sin sentir la mínima simpatía hacia ella.

Ahora, amiga o amigo que me estás leyendo, voy a poner a prueba tu capacidad de empatía con el ruego de que me excuses, si mis disquisiciones lingüísticas te están resultando pedantes o eruditas. Han sido un desahogo de mi mal sentir, de mi enojo y de mi resistencia sentimental a que en nuestro bello lenguaje, con el que cotidianamente intercambiamos tantas vivencias personales, estemos dejando en el olvido esa palabra tan rica en significados, tan chispeante, tan estimuladora y tan simpática, como es la palabra simpatía.

* De la Real Academia de Córdoba