El futuro de España está en riesgo, y no solo por las componendas políticas urdidas por sus enemigos. Según el Instituto Nacional de Estadística, el año que acaba registrará la menor tasa de natalidad de nuestra historia, y muy pronto no habrá machadianos españolitos a quienes una de las dos Españas les hiele el corazón. Las defunciones ya superan a los nacimientos. En el cielo ibérico, los buitres ganan la partida a las cigüeñas.

Somos un país de extremos, y lo mismo nos pasamos que no llegamos. No digo yo que haya que volver a los tiempos en los que el matrimonio Mingo Puente, y sus dieciséis hijos, sonreía a la cámara del «No-Do» al recoger el premio nacional de natalidad, pero tampoco resulta comprensible el actual propósito de convertir la familia en un grupo compuesto por una (o ninguna) persona. Hay quien para la fotografía del carnet de familia numerosa posa a solas con su loro.

España se avejenta, y va camino de convertirse en un inmenso geriátrico. En apenas nueve años, uno de cada cuatro españoles tendrá más de sesenta y cinco años. Cuentan que en un pueblo de Cuenca un nieto ya tiene la misma edad que su abuelo; y el vago de mi primo Angelito, tras nueve años repitiendo primero de Derecho, dice ahora que quiere ser matrona o pediatra.

La actual pereza en la procreación obedece a varias y heterogéneas causas, entre las que destaca una subrepticia y creciente demonización de la maternidad. Mal que les pese a determinados colectivos ideologizados, la tiranía de lo biológico impone que sea irreemplazable el papel de la mujer en el alumbramiento de futuros contribuyentes, y es que la paridad bien entendida no es compartir ginecólogo con el vicario de la diócesis. No vivimos en la época (felizmente superada) en que los órganos reproductores femeninos debían estar al servicio de un decadente imperio hispánico, y por eso debe reconocerse el mérito de quienes optan por perpetuar la especie, ya sea por lascivia, aburrimiento o incluso convicción. Aunque por obvio su recordatorio pudiera resultar ocioso, ser madre en la España actual no es una actitud machista, sino un ejercicio heroico de libertad al que nuestros gobernantes han dado la espalda. Desde el ineficaz «cheque bebé» puesto en marcha en los albores de la crisis por el no más eficaz Rodríguez Zapatero (y que tanto ayudó a los vendedores de televisiones de plasma), no se conoce ninguna medida idónea encaminada a incentivar la venida al mundo de futuros votantes a quienes engañar dentro de dieciocho años. En cambio, nuestros políticos sí presumen de un exquisito celo en cuidar el porvenir de un planeta que va camino de convertirse en un páramo deshabitado, y andan contrariados por el fracaso de la madrileña cumbre del clima, pese a la participación de Greta Thunberg --disfrutando aún del undécimo mes de su semana blanca-- y la asistencia de actores de fama tan dispar como Javier Bardem, Harrison Ford o Pedro Sánchez. Parece ser que únicamente han podido consensuar un listado de especies en peligro de extinción, pero han olvidado incluir a la humana.

En mi juventud, los cursis situaban la felicidad en tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Ahora parece que alcanzarla está más a mano; basta con una azada.

* Abogado