Aunque parezca, a simple vista, una contradicción, existen desiertos marinos. Y cada vez se detectan más. Esta proliferación, que es consecuencia del calentamiento global; de la sobrepesca; de la entrada en determinados mares, como ocurre en el Mediterráneo, de especies invasoras, y de la contaminación que padecen los océanos, entraña notables peligros para la vida en el planeta. El problema de fondo es, como en todos los sistemas ecológicos, el equilibrio que debe establecerse en los diversos hábitats y que a estas alturas está seriamente dañado, con lo cual se percibe una espiral negativa que se presenta como una amenaza candente. Y la muerte fruto de la acción destructora del ser humano ha llegado ya al fondo de los mares.

Los bosques marinos son necesarios no solamente como reserva de oxígeno sino como escudo contra el deterioro marino y porque permiten la variedad y la existencia de fuerzas contrarias que contribuyen al equilibrio. Si un pez como el sargo, por ejemplo, habitual en el Mediterráneo, ve disminuida su población a causa de la sobreexplotación pesquera, existen menos depredadores que puedan hacer frente a la sobreabundancia de erizos que contribuyen a desertizar el fondo. Además, hay que tener en cuenta también la llegada de otras especies, como el llamado pez conejo, que lamina la superficie de algas y ayuda a propagar el fenómeno de la desertización.

No hace falta pensar en lugares remotos. Los bosques o praderas marinas ocupan un total de 1.618,69 kilómetros cuadrados en las costas españolas, según revela el Atlas de las praderas submarinas, impulsado por el Instituto Español de Oceanografía y otras instituciones, que recopiló en el 2016 el trabajo de cuarenta años de estudio para conocer estos valiosos hábitats, clave para preservar la biodiversidad. Ahora, un grupo de investigadores de la Universitat de Barcelona y del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB), dependiente del CSIC, lleva a cabo estudios para localizar estos páramos submarinos, analizar y controlar su crecimiento, y proponer soluciones para que las zonas desérticas puedan regenerarse. Su trabajo se mueve en la precariedad habitual de la investigación universitaria, por lo que ellos mismos han lanzado un Verkami con el que recaudar al menos 10.000 euros para subvencionarlo. Se abren, además, a la necesaria colaboración altruista de los buzos que puedan ayudar en la recogida de datos para tener conciencia plena de la magnitud del problema ecológico. Siendo una noticia alarmante, no estamos hablando del derretimiento del hielo en Groenlandia, sino de nuestro propio litoral en peligro. La emergencia ambiental no es una hipótesis de futuro, sino una temible realidad presente. Y conviene tomar cartas en el asunto con responsabilidad política y esfuerzo presupuestario.