La última película de Isabel Coixet, La librería, se sitúa hacia el final de los años 50 del pasado siglo en un pueblecito de Inglaterra poblado por vecinos muy bien educados pero muy reticentes al peligro de la cultura de los libros. Allí una mujer decide, contra los intereses y prejuicios de sus vecinos, abrir la primera tienda de libros en toda la comarca. La pelicula arranca con el sonido de una voz en «off» que nos recuerda la sensaciones que los lectores de libros tienen: un gran placer donde lo fisico y lo sensual se juntan --el tacto del papel, su textura, su olor, la encuadernación del volumen del libro--, hasta el deleite de las emociones que transmite, del diálogo que se entabla entre el lector y su autor. Después, la película transcurre por un camino argumental muy sencillo, que nos envuelve con gran delicadeza en ese mundo de enriquecedora soledad y vida interior que se manfiesta a través de la exquisita relación entre la valiente vendedora de libros y uno de sus primeros clientes, un anciano viudo también refugiado en sus soledades que exorciza a través sus lecturas. Ese mundo interior plasmado en la vida cotidiana de la pequeña librería se ve aún mejor representado a través de la magnífica interpretación de sus actores ingleses, dotados por la alta calidad de tradición dramática de su país, por una puesta en escena sumamente delicada, redonda y perfecta que exalta ese mundo viejo, antiguo, tradicional, que la posmodernidad desprecia. La película es todo un discurso reflexivo sobre la resistencia, sobre la dignidad de la conciencia de uno mismo y la necesidad de no rendirse ante las causas justas, además del descubrimiento de los otros, que como seres humanos, son almas gemelas. Y junto a esos mensajes, el elogio de los libros, como medio de combatir la soledad, el individualismo y la intolerancia. ¡Cuántas ocasiones perdidas de fortalecer o abrir cauces a nuestras convicciones por no visitar con más frecuencia las librerías!

* Sacerdote y periodista