En el 2015 un piloto se suicidó a bordo en un vuelo de la aerolínea Germanwings entre Barcelona y Dusseldorf. Se llevó salvajemente a todo el pasaje por delante estrellándose en los Alpes franceses. Los meses siguientes, cuando tomaba un avión, recuerdo el protocolo que pusieron en marcha los comandantes: nos despedían uno a uno a los pasajeros, de pie, a las puertas de la cabina, mirándonos a los ojos, diciendo, sin palabras, «yo no os voy a fallar». La ecuación era simple: sin confianza en quienes dirigen esos imponentes artefactos, no habrá pasajeros dispuestos a volar.

En nuestro sistema político ocurre algo similar. Sin confianza en los líderes políticos, no puede haber democracia. Al menos, no una democracia fuerte, inmune a sus conocidas amenazas (autoritarismo, corrupción, pérdida de libertades...). Si el sistema no da respuestas, no produce acuerdos y políticas concretas que afronten los problemas, los ciudadanos pierden confianza y buscan respuestas en otros sistemas. No se suben al avión de la democracia. Se instalan en una peligrosa apatía.

Los políticos españoles, en concreto los líderes del PSOE, PP, Ciudadanos y Podemos, han fallado a su país, a los votantes que les pidieron que hicieran algo útil con su voto y a las instituciones en las que tienden a desplegar un colorido circo romano. Emociones sin resultados. Dejo aparte a Vox, fundamentalmente un voto de protesta y una señal de alarma, frente a la que los cuatro principales líderes, irresponsablemente, han decidido no reaccionar.

Esta generación selfi de la política española, nacida bajo la promesa de que la nueva política cambiaría los vicios de la vieja, ha resultado estar bastante vacía. Repleta, eso sí, de wasaps, tuits e instastories. Con mucho relato y poco proyecto, obsesionada con mirar a cámara. Conciben la política como un emocionante juego, ensimismados por la instantaneidad y la velocidad de las redes, un House of cards con primera y segunda temporada. Saturación ciudadana.

No se ha estrellado ningún avión, pero los músculos institucionales del país permanecen paralizados, perdiendo un tiempo que no tienen. La lista de amenazas y oportunidades es interminable, pero merece la pena destacar algunas que requieren luces largas, es decir, planificación a largo plazo y el concierto de una gran mayoría: reformar la educación, los retos de la economía digital y la robotización, los derechos laborales asociados a plataformas y un gran pacto de cambio climático y transición energética. Por no mencionar lo más inmediato: brexit, recesión y una posible nueva crisis independentista.

Sería ingenuo pensar que los males patrios son únicos. Hay temporal fuera. Una crisis de representación sacude el mundo. Trump y Johnson gobiernan en Estados Unidos y Reino Unido gracias a la gran crisis de confianza que se ha instalado en la política. El número de votantes antisistema en los países industrializados era del 7% en 2010. En 2017, subió hasta el 35%. El 64% de quienes tienen entre 16 y 74 años afirman que desean «un líder fuerte que recupere sus países de los ricos y poderosos».

¿Qué pueden hacer los cuatro principales líderes para recuperar la confianza? Les recomendaría que considerasen dimitir y dejar paso a otros. Están caducados como los yogures. Infectan la salud de la democracia. ¿Con qué cara acudirán a un nuevo debate televisivo?

Siendo realistas, les pediría que se fijaran más en la forma en que se gobierna la Unión Europea. No es perfecta, claro, pero ofrece buenas pistas.

El Eurobarómetro publicado este verano mostraba la confianza en la UE en los niveles más altos desde el 2014. La confianza de los europeos en sus gobiernos y Parlamentos nacionales (34%) es menor que en la UE (44%), una diferencia de 10 puntos, la más grande desde el 2010.

Tiene la UE fama de aburrida. Procedimientos complejos, cumbres interminables, grandes coaliciones en las que a veces resulta difícil encontrar una gran crítica rotunda. Hay muchos matices en las discusiones, creatividad para gestionar genuinamente la diversidad y cultura del pacto. Renunciar no es necesariamente una derrota sino asumir una victoria colectiva. Es verdad que no hay un escrutinio mediático y de redes sociales acogotando el debate europeo con la misma intensidad, pero convendría contagiarse un poco. Para entretenernos están las series y para hacernos la vida mejor están los políticos, aunque nos aburramos un poco..

* Periodista y politólogo