El pasado 16 de julio se presentó en el cine Fuenseca de Córdoba el documental Picadillo y Cines, un proyecto a iniciativa de la asociación llamada La Torre del Viejo y realizada por Producciones Audiovisuales Corso.

En la proyección del audiovisual recordé aquellos mis años de pequeña en los que mi abuela me llevaba al cine de verano: Infantas, Ramos, Córdoba Cinema, el Rinconcito… También rememoré las evocaciones de mi madre y de mis mayores, al acercarse al cine Florida, al Ordóñez, al Iris o al Astoria… Toda una vida conviviendo con estas terrazas de verano que conformaron por ende las vivencias de aquellos cordobeses ensimismados en películas españolas, películas del Oeste americano, películas de aventuras o películas de suspense. Los cines de verano, estos que siguen en pie y aquellos que por mor de la pala y la especulación, amén de la irrupción de la televisión y el aire acondicionado, desaparecieron, conformaron nuestras vidas, las de nuestros mayores y la de todos aquellos que nacimos a finales de los cincuenta.

Felizmente aún estamos muchísimos para dar testimonio firme y veraz de cuanto supusieron aquellas proyecciones en las noches del verano cordobés. Remembranza que bien podría suponer una iniciativa para la proyección de un ciclo de películas históricas que, por su fama y su trascendencia, inundarían la gran pantalla veraniega de luz y color, aparte del descubrimiento que para la juventud sería admirar un gran film en ese entorno.

Por fortuna aún quedan cines de verano en Córdoba para deleite de todos nosotros. Cuatro cines, junto con el del Coso de los Califas, que nos devuelven, a unos la magia de aquel pasado, a otros descubrir una manera de unión entre naturaleza y cinematografía.

Desde aquí hago una reflexión para todas las autoridades, culturales y políticas, a fin de promocionar e incentivar nuestros cines de verano que bien merecen ser un patrimonio inmaterial.