Desvalido, tenso, postrado en la camilla sobre el costado izquierdo, la pierna derecha flexionada, una escueta sábana tapándole la angustia, póngase lo más cómodo que pueda. No era la primera vez que se enfrentaba a una colonoscopia. Su fragilidad intestinal ya lo había obligado a ingerir bebedizos nauseabundos para visitar el baño con extenuante frecuencia. La propensión inflamatoria del colon que le había tocado en suerte ya lo había tumbado para esperar la acometida trasera con un mínimo de entereza, los recovecos de sus tripas en la pantalla, música de radiofórmula incongruente con el hecho de que su barriga pareciera a punto de reventar, ya queda poco, un pellizquito, respire, tomamos biopsia para bote 2.

De nuevo con el traje y la corbata, dolorido pero aliviado después del mal trago, Álvaro Sanz volvió a ser el director general de una de las corporaciones más rentables del sector hotelero, coche de alta gama a cargo de la empresa, oficina en la planta más alta del edificio, silencios jerárquicos cuando entraba en el ascensor, suculentos complementos por objetivos.

Nadie en la empresa podía saber que tenía un brote moderado tirando a grave de lo suyo. Por experiencia sabía que el que se mueve no sale en la foto. Gente nueva con ganas de comerse el mundo podía maniobrar durante su ausencia.

Y lo pasaba mal. Lo pasaba mal cuando no podía más y tenía que entrar a prisa y corriendo en el servicio, casi siempre a la misma hora. Lo pasaba mal cuando retorciéndose detrás de la puerta oía que entraba alguien, siempre el mismo, alguien al que había empezado a odiar visceralmente, alguien que podía reconocerlo por sus zapatos y sus pantalones bajados, alguien que en vez de orinar rápido se pasaba unos diez minutos allí dentro silbando sin parar Mi gran noche de Raphael, lavándose las manos con parsimonia, activando el secador una y otra vez, demorando el asunto como si quisiera ver el sufrido careto de la víctima del apretón. Había desperdiciado demasiado tiempo esperando que aquella presencia inoportuna se esfumara.

Lo pasaba mal cuando en el transcurso de una reunión notaba el golpe bajo ante el cual tenía que permanecer impasible, el latigazo en las tripas justo cuando se debatía sobre la expansión en el sureste asiático. O sobre las medidas de optimización para la campaña de verano. O sobre quién era el candidato idóneo para apoyarlo desde el nuevo perfil de subdirector de estrategias de mercado.

Y lo pasó mal con César, el candidato más conveniente para ese puesto. Lo pasó mal cuando en un arrebato de familiaridad, ya repuesto del brote, le dijo al elegido vamos a darnos un homenaje. Lo pasó mal porque el muchacho valía. Lo pasó mal cuando supo que tendría que buscar a otro, justo cuando se quedaron unos segundos callados dentro del coche en dirección al restaurante y el muchacho empezó a silbar como si nada una cancioncilla de Raphael.

* Profesor del IES Galileo Galilei