Acaba de entrar el otoño, la primera estación, si se mira como inicio del nuevo curso, como tiempo de siembra y de besanas abiertas. ¡Cuántos y qué hermosos poemas han dedicado nuestros poetas a este tiempo que ocupa ese intermedio entre el calor sofocante y el frío invernal! El otoño siembra los suelos de «hojas muertas», las de fuera y las de dentro, las de los árboles más frondosos y las hojas propias, personales, íntimas y profundas, que un día nos proporcionaron sombra y cobijo. En otoño siempre nos viene a la memoria el preclaro poeta cordobés, Leopoldo de Luis, aquel viejo amigo entrañable, cuyos versos constituyen un mundo de sentimientos tan humanos como cercanos a todo tipo de gente. Y recordamos, una vez más, su Elegía de otoño: «Las hojas del otoño flotan sobre tu brisa/ y caen en el estanque solitario del alma. / Un dolor de ser otros parece que nos pesa/ como unas rotas alas./ Escuchamos la voz honda del tiempo, la palabra/ del tiempo que en los labios cobrizos del otoño/ pone su deje antiguo, su amarillez, y pasa». Con la llegada del otoño, vuelve también el recuerdo del poema de Verlaine Las hojas muertas, estremecedor y fulgurante: «Los largos sollozos de los violines del otoño/ hieren mi corazón con una languidez sonora./ Agitado y pálido, cuando suena la hora, yo me acuerdo de los días pasados, y lloro,/ y me voy con el maligno viento,/ que me lleva de acá para allá,/ igual que a las hojas muertas...». Esa «limpieza» que hace de sí misma la propia naturaleza, nos invita a hacer tambien la nuestra, la de cada uno de nosotros. La tarea del árbol, su manera de dar fruto, no es agitarse, moverse o hacer cosas, sino permanecer, dejarse nutrir desde las raíces, permitir que la savia circule por su tronco, abandonarse al sol, al viento y a la lluvia y ofrecer, sin retenerlos, los frutos de sus ramas. «Hay que aprender a madurar como el árbol, dice Rilke, que no apura sus savias y que está cofiado en medio de las tormentas de primavera, sin la angustia de que no pueda llegar un verano más. Llega, sin embargo. Pero solamente llega para los que tienen paciencia y viven despreocupados y tranquilos como si ante ellos se extendiera la eternidad». Otoño es el tiempo de las «hojas muertas»: prisas, agobios, rutinas, enfados, miedos, desconfianzas, pesimismos. Y en sus besanas abiertas para acoger la semilla, pondremos ilusión, proyectos nuevos, compromisos urgentes, hojas de ruta para escribir los afanes de cada día y los horizontes de cada jornada. «La experiencia no es lo que te ocurre; es lo que haces con lo que te ocurre», dice acertadamente Aldous Huxley. Somos dueños de nuestra propia historia, no es ella la que nos conduce y posee. Nadie puede vivir vidas ajenas, solo podemos vivir la propia con los recursos y capacidad de que disponemos. Se trata de jugar del mejor modo posible con las cartas que Dios nos ha dado en esta partida que es la vida. De nuevo, el otoño ha llegado con sus tonos grises, las primeras lluvias, y esas «hojas muertas» que reclaman nueva vida, nuevas esperanzas.

* Sacerdote y periodista